lunes, 4 de marzo de 2019

Fin de año a lo taíno





Cuba, en fin de año, regresa a la comunidad primitiva: pequeños grupos reunidos alrededor de un fuego, un horno improvisado con cuatro piedras y una parrilla, o una gran cazuela donde el mojo burbujea debajo de pernil de puerco. Así, como los tainos, recurrimos a nuestros instintos y necesidades más básicos:

El areito

La familia, la cercana y la no tanto, se reúne para celebrar. Las bocinas, desde las 6 de la mañana, cuando ocurrió el sacrificio del marrano, repiten la misma lista de reproducción: un poco de timba, par de canciones de reggaetón de moda, unas cuantas de la década prodigiosa. Ocho veces. Quince veces. En la noche los mejores bailadores y aquellos con los cachetes colorados meten sus primeros pasillos. Alguien aparece con un micrófono. Llegó el karaoke, la hora de romperle los tímpanos al vecino.

El casabe  

Pellizcas un chicharrón por aquí. Pellizcas un buñuelo por allá. Bajas todo con un buche de cerveza que te destupe la garganta para la próxima ronda. Siempre queda un espacio, aunque ínfimo, para los turrones. No te importa pasar en una noche de la talla 32 a la 36, ni tirarte en la cama como si la barriga fuera una gran piedra que te anclara al colchón.

Cacicazgo

El o la cacique- en el tiempo precolombino las mujeres no mandaban, no como ahora- da vueltas por la actividad. Es el o la que más alto habla. Ordenará a qué hora se servirá la mesa. Abrirá la botella de sidra o vino espumoso, mientras el resto sujeta las copas de bacará o los vasos hechos de botellas cercenadas.  

El behique

Ahí está el más viejo, el patriarca o la matriarca. Una niebla le vela el rostro, el del humo del cigarro que aguanta entre los dedos o el de la catarata en los ojos. Siempre hablará en tiempo pasado. Revivirá con la palabra a aquellos que descansan en el panteón familiar. Recordará a la prima solterona y su vestido estampado que la asemejaba a un florero, al tío maldito de rumba y carretera. Tu medium con los ancestros.

Malos espíritus

El reloj marca las doce. Ya alguien se acerca con un cubo de agua a la puerta, tan repleto que con cada paso se desborda un poco. Una mano agarra el asa; la otra, el fondo. Un swing fuerte y rápido para que el chorro alcance, por lo menos, la mitad de la calle. Hay que sacar los malos espíritus de la casa, purificarla para el año entrante.


El más allá   

Las ruedas de la maleta se tambalean cada vez que cogen un bache o la unión entre dos lozas. No importa: esa vuelta a la cuadra llamará a las deidades del aire. Sin embargo, a la vez que las veneras, las maldices, porque ellas se llevaron a aquellos seres queridos de los que, como mucho, recibirás una llamada telefónica o un mensaje por internet. El resto del año los extrañas; pero el 31 te destroza su recuerdo.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario