Cuba, en fin de año, regresa a la comunidad primitiva:
pequeños grupos reunidos alrededor de un fuego, un horno improvisado con cuatro
piedras y una parrilla, o una gran cazuela donde el mojo burbujea debajo de
pernil de puerco. Así, como los tainos, recurrimos a nuestros instintos y
necesidades más básicos:
El
areito
La familia, la cercana y la no tanto, se reúne para
celebrar. Las bocinas, desde las 6 de la mañana, cuando ocurrió el sacrificio
del marrano, repiten la misma lista de reproducción: un poco de timba, par de
canciones de reggaetón de moda, unas cuantas de la década prodigiosa. Ocho
veces. Quince veces. En la noche los mejores bailadores y aquellos con los
cachetes colorados meten sus primeros pasillos. Alguien aparece con un
micrófono. Llegó el karaoke, la hora de romperle los tímpanos al vecino.
El
casabe
Pellizcas un chicharrón por aquí. Pellizcas un buñuelo
por allá. Bajas todo con un buche de cerveza que te destupe la garganta para la
próxima ronda. Siempre queda un espacio, aunque ínfimo, para los turrones. No
te importa pasar en una noche de la talla 32 a la 36, ni tirarte en la cama
como si la barriga fuera una gran piedra que te anclara al colchón.
Cacicazgo
El o la cacique- en el tiempo precolombino las mujeres
no mandaban, no como ahora- da vueltas por la actividad. Es el o la que más
alto habla. Ordenará a qué hora se servirá la mesa. Abrirá la botella de sidra
o vino espumoso, mientras el resto sujeta las copas de bacará o los vasos
hechos de botellas cercenadas.
El
behique
Ahí está el más viejo, el patriarca o la matriarca. Una
niebla le vela el rostro, el del humo del cigarro que aguanta entre los dedos o
el de la catarata en los ojos. Siempre hablará en tiempo pasado. Revivirá con
la palabra a aquellos que descansan en el panteón familiar. Recordará a la prima
solterona y su vestido estampado que la asemejaba a un florero, al tío maldito
de rumba y carretera. Tu medium con los ancestros.
Malos
espíritus
El reloj marca las doce. Ya alguien se acerca con un
cubo de agua a la puerta, tan repleto que con cada paso se desborda un poco.
Una mano agarra el asa; la otra, el fondo. Un swing fuerte y rápido para que el
chorro alcance, por lo menos, la mitad de la calle. Hay que sacar los malos
espíritus de la casa, purificarla para el año entrante.
El más
allá
Las ruedas de la maleta se tambalean cada vez que
cogen un bache o la unión entre dos lozas. No importa: esa vuelta a la cuadra
llamará a las deidades del aire. Sin embargo, a la vez que las veneras, las
maldices, porque ellas se llevaron a aquellos seres queridos de los que, como
mucho, recibirás una llamada telefónica o un mensaje por internet. El resto del
año los extrañas; pero el 31 te destroza su recuerdo.
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