Hace unos meses atrás en la edición estelar del Noticiero de la Televisión Cubana, la periodista Lied Lorain realizó una fuerte y coherente crítica a la mediática telenovela El rostro de los días, la del Machi, los ropajes azules de Mariana y espíritus marinos; un producto cultural que prendió fuerte en el gusto popular y en el imaginario social. Las respuestas de los televidentes no se hicieron esperar. Muchos reaccionaron de manera defensiva en posts que rayaban en la violencia y la falta de respeto.
Más allá de la poca mesura de algunos a la hora de expresar su opinión en las redes, dicha actitud demostró un entramado más complejo: la necesidad de una crítica cultural inteligente y asidua en nuestros medios de prensa. Su escasez hace que su aparición en los canales oficiales parezca el cometa Halley, un fenómeno amenazante que ocurre una vez cada setenta años.
Existe una falsa comprensión del periodista como simple promotor cultural. A veces tal idea proviene de los propios artistas que utilizan al reportero como un relacionista público, porque, al final, como dicen por suburbios y galerías, “lo que no se enseña, no se vende”. Sin embargo, no podemos culpar a los creadores por completo, porque la prensa al acomodarse en dicho rol, normaliza el fenómeno y lo vuelve cotidianidad.
Este modo de hacer, casi transformado en una rutina productiva, provoca que el propio periodista se conciba a sí mismo como un mero informante. Valga la aclaración de que no me refiero a aquellos que laboran en medios especializados, como revistas, aunque estos también poseen algunos de los defectos que se mencionan en este texto. Una simple nota informativa no basta para mostrar los diversos matices de un hecho cultural.
La promoción es una herramienta válida, incluso útil, y nadie propone su destierro de los predios de la prensa, pero no puede convertirse en el pan nuestro de cada día o por lo menos no la de cartelera, digo hora y lugar y me lavo las manos como Poncio Pilatos. Debe volverse un producto en sí misma, que invite al público a su consumo, al trasmitirle las mismas impresiones que provocaron en el periodista o crítico en un primer lugar.
Durante años se ha hablado que, ante la irrupción de las nuevas tecnologías en la vida moderna, el periodista debe cambiar su función de mero informante a analista. Más allá de las preguntas básicas de cómo, cuándo, dónde, debería centrarse en el por qué, y el periodismo cultural no resulta ajena a dichas transformaciones. Lleva quemarse las pestañas, horas de estudio, especialización, si no queremos caer en ingenuidades.
“Con un gran poder, viene una gran responsabilidad” es una frase que se relaciona con la historia de Spider Man; sin embargo, me parece muy adecuada para referirme a la función de los críticos como formadores del gusto cultural, en sus dos vertientes: la estética y la cognitiva (o comunicativa). La misma existencia de franquicias como las del antes mencionado Hombre Araña, un ídolo de la cultura pop, conocido desde la Tierra del Fuego hasta la Siberia, nos anuncia un problema que, aunque parezca “muela”, no lo es: la colonización cultural.
El combate de esta, la búsqueda de productos que vayan más allá del puro entretenimiento, ahuyentar el seudoarte hecho dentro y fuera de Cuba, la concepción de un mundo multilateral y no uno con culturas-predadoras y culturas-presas, donde muchas de estas últimas se encuentran en peligro de extinción, constituye una de las tantas funciones de una crítica comprometida.
Las audiencias se educan y no a través de métodos escolásticos, es decir, no se trata de repetir los mismos contenidos una y otra vez hasta que se graban en el cerebelo, sino a través de una labor sistemática de análisis de diferentes productos culturales. Esto si se realiza de manera correcta, no solo permitirá al público discernir sobre la calidad de tal o más cual obra, también le dará herramientas para evaluar por sí mismo las próximas a las que se acerque.
La crítica cultural debe ser como una señal de neón en medio de una carretera nocturna, un indicio lumínico que nos indique el camino correcto. Si el brillo resulta muy fuerte, nos enceguece y perdemos de vista el mensaje; si es muy débil, entonces la oscuridad nos lo ocultará por completo. Aquí en Cuba, sobre este tema, aún nos resta cambiar par de bombillos rotos, aunque haya una noción de hacia donde debe apuntar la flecha.
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