martes, 16 de junio de 2020

Un poeta perdido en New York




I
Federico busca a José Jacinto por la cubierta de la goleta James Bailey que los conducirá hasta Estados Unidos. Lo encuentra recostado en la baranda. Absorto contempla la franja azul del Mar Caribe que dos horas antes se tragó, inmensidad que devora inmensidad, la espalda verde del Pan. 

Cada día la mente de su hermano gana levedad. Un día descubrirá su cuerpo vacío en la cama o en un sillón con la cabeza que le cuelga sobre el hombro, mientras que su inteligencia alcanzará las nubes, quizás la estratosfera. Para ayudar a la pronta recuperación del joven poeta, sus mecenas convocaron a una colecta para pagarle un viaje por Norteamérica y Europa. Según ellos le favorecería ese cambio de aires.       

- Aléjate de ahí- regaña Federico. Teme que Pepe se fugue, tal vez no como una tórtola, pero sí como una gaviota, por encima de la borda.        

II
El público sale a la desbandada del teatro de Broadway. Hablan en coro sobre la puesta en escena de “Romeo y Julieta” donde actuó el famoso trágico inglés Anderson. Federico vigila que Jacinto no se le pierda entre la muchedumbre.

Con alivio por estar fuera del gentío, llegan hasta la fachada de un edificio.

- Esta tienda de ropas es más grande que el cuartel de Matanzas ¿No crees?- exclama y Pepe alza la vista y asiente con ligereza.

El desembarco en Filadelfia resultó un gran choque. En su imaginación se elevó como el paisaje de un relato del lejano oriente. ”Inmensa y tan espléndida que no parece sino una brillante reunión de palacios y de templos resplandecientes de lujos y elegancias”, pensó en un primer momento. Sin embargo, New York opacó por completo esa primera impresión.

Con el dinero que le mandan desde Cuba, se hospedaron en el hotel Delmónico, uno de los más caros del lugar y todos los días asisten a la ópera, al ballet o visitan lugares turísticos. José Jacinto, desde su llegada a la urbe, gracias a la actividad constante tiene más ánimos, como si las luces de una de las ciudades más modernas y cosmopolitas de la época alimentaran sus propias luces.

III

- Ponle algo a la familia.- Federico se levanta del buró y le ofrece la pluma aún chorreante de tinta al hermano, quien la agarra con timidez y toma asiento.
Por las ventanas se filtran los sonidos de la bulliciosa e hiperactiva ciudad. El poeta inmóvil mira el papel de carta. Luego con parsimonia, escribe las primeras líneas. Después de cinco minutos termina.

Federico curioso revisa la carta antes de guardarla en el sobre:”!Oh! Quien se hallara con vosotros allá, algo más allá de los márgenes del Canímar”, leyó. Por un momento se pregunta si alejar a su hermano de su tierra natal fue un grave error.

Nota: Basado en Milanés: las cuerdas de oro de Urbano Martínez Carmenate        

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