miércoles, 7 de julio de 2021

No se llaman muñequitos chinos, sino mangas y animes

 

 


Un hilo de sangre se le desliza al “prota” por la comisura de los labios. Solo por un acto extremo de voluntad se mantiene en pie. “Esto lo hago para proteger a mis amigos”, exclama y blande su claymore - katana - estoque  mientras corre hacia el ejército de goblins-sicarios- demonios. Un colegial y una muchacha están enamorados, pero ambos son penosos; así que cada vez que se disponen a besarse las mejillas se le enrojecen y por timidez, al final, solo queda en un intento. En el capítulo final de la serie, como sin querer, se toman de la mano y el resto depende de lo perverso de la imaginación del público.

Así resultan muchos de los argumentos estereotipados de “los muñequitos chinos”, aunque en verdad sean nipones, pero para el cubano todos los asiáticos son chinos. El manga y su versión animada, el anime, es un estilo de comic japonés que a diferencia del clásico americano como los de los supertipos de DC y Marvel presentan una elaboración más sencilla, sin tanta atención a los detalles, las viñetas se leen de derecha a izquierda al contrario de su par occidental (en el caso de la historieta en sí) y casi siempre los personajes tienen ojos superlativos.

Desde mitad del siglo XX y en un crecimiento escalado hasta hoy estos productos se han expandido por el mundo. Cuba, como parte de este, no se encuentra ajena a la invasión de este kaiju (monstruos como Godzilla) de la cultura de consumo. Probablemente su arraigo en el país haya comenzado a principios del nuevo milenio, causado por la llegada del Internet al país y las progresivas facilidades para el acceso a ella.

Sin embargo, desde antes por la televisión nacional se trasmitieron, aunque tal vez el doblaje al español y el desconocimiento acerca de que este tipo de animado pertenecía a un mismo fenómeno no permitió reconocerlos como lo que eran: Voltus V, cuya frase icónica ¡Vamos a unirnos! ha servido de punchline a tantos chistes verdes, Mazinger Z, Marcos y su mono Amelio, entre otros.

A partir de su apogeo en la Isla podemos teorizar que surgió una Generación Naruto. Elegí este anime en específico, porque es el que más éxito alcanzó entre los cubanos. Es raro encontrar alguien nacido en los 90 o en los primeros años de los 2000 en la Isla que no haya visto un capítulo o, por lo menos, que no lo haya oído mencionar, hasta que se volvió en el imaginario social el arquetipo para designar a “los muñequitos chinos”.

A causa del gran hábito de consumo en la Isla y el aumento de los otakus (palabra que designa a los fanáticos del género) sería oportuno analizar ciertos aspectos sobre su impacto en sus lectores y espectadores. Advertir, primero, que como cualquier producto comunicativo diseñado para el entretenimiento (desde novelas turcas hasta seriados policiacos yumas) su sobredosis puede conducir a la enajenación si no se posee las herramientas cognitivas necesarias para entender que muchas veces es puro entretenimiento y nada más.  Sobre todo si sabemos que niños y adolescentes, quienes se encuentran en la etapa de descubrimiento de la realidad y la reafirmación de creencias y comportamientos, constituye el sector poblacional que más se acercan a sus propuestas.

Japón posee una cultura milenaria donde se manejan tradiciones mucho más rígidas que la cubana y muchas veces al intentar liberarse de estas ataduras provocan su contrario: manifestaciones de una liberalidad a ultranza. En los argumentos que se mostraban en el primer párrafo de este artículo podemos observar como un adolescente puede cortar por la mitad con su claymore-katana-estoque a un goblin-sicario-demonio, pero en los temas relacionados con sexualidad proyecta una timidez que raya con la mojigatería.

La manera en que un isleño concibe la realidad y la realidad misma nunca será igual que la de un nipón. Por ello cuando alguien se apropia de los códigos que trasmiten los animes y mangas, y luego intenta superponerlos en su relación con su entorno social puede provocar una dicotomía que conlleve a la desadaptación, al sentirse fuera de lugar. A causa de esto hay que ser cuidadoso en la manera en que permitimos que nos afecten.

En muchas series y franquicias se promueven valores universales como la generosidad, la amistad, la aceptación de lo otro y del otro. En otras el dibujo y la animación alcanzan niveles artísticos, como las películas de los Estudios Ghibli bajo la égida del maestro Hayao Miyazaki. La cuestión no se encuentra en si son alienantes o no. Como otro producto comunicativo cualquiera  depende de la mirada crítica del espectador. Ella le permitirá interiorizar lo valioso y entender lo vacuo y lo nocivo como relleno.

miércoles, 23 de junio de 2021

James Bond y la participación ciudadana

 

 You only live twice (Solo se vive dos veces) es un filme de los años 60, perteneciente a la franquicia de James Bond con Sean Connery como protagonista. No es la gran película, más bien puro entretenimiento: chicas Bond que derrochan sex appeal, bolígrafos granadas y otros gadgets, dry martinis, mezclados, no agitados; en fin, lo usual. Sin embargo, hay un fragmento que me llamó la atención.  

El agente 007 se encuentra atado a una silla. Una femme fatale le apunta con una pistola a la cabeza. Él, acostumbrado a estas situaciones de vida o muerte, está tranquilo. Sabe que tiene a su favor sus encantos de macho alfa. Comienza a conversar con su captora. Su labia es tan contundente que ella lo libera. La escena termina en que el espía más famoso del mundo le desabrocha el cierre del vestido a la mujer y dice “Las cosas que hago por Inglaterra”.

Esta frase me puso a pensar y de ahí surgió una pregunta. ¿Qué debemos hacer nosotros por la Isla, por Cuba no por el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte que también es un archipiélago? ¿Cómo podemos ayudar a crear la nación más justa posible?

James Bond es un personaje ficticio. La realidad no posee el glamour del cine y para ayudar al país no es necesario usar trajes de etiqueta o desmantelar organizaciones internacionales ultrasecretas; en verdad lo que se necesita es ser ciudadanos más proactivos y pensar que la sociedad en que vivimos es una construcción colectiva, un contrato social, como plantearía Roseau.

Más allá de contribuir a la economía del país, o prestar auxilio ante la crisis epidemiológica provocada por la irrupción de la covid-19, quisiera referirme a un asunto más específico: la participación ciudadana en los diversos espacios de diálogo. En Cuba estos existen con la intención de darle a la población la oportunidad de compartir sus preocupaciones o aportar ideas. Pueden hallarse dentro de organizaciones políticas, gremiales, comunitarias. Hay un sistema diseñado en el cual todos poseen acceso a un podio desde donde expresarse.

Quizás varios piensen que estos espacios se encuentran viciados por prácticas burocráticas que los vuelven tediosos y que, como no es cine, no podemos editar los momentos aburridos. Puede ser que también conciban que a veces el acta de la reunión posee más valor que la reunión en sí;  que lo importante es “cumplir” con un cronograma, con unas indicaciones o que la toma de decisiones ocurre de manera descendente, de arriba hacia abajo, y no ascendente y por tanto el criterio de uno no vale nada, mero protocolo.  

En verdad esto último puede suceder o, por lo menos, dar la idea que es así. El sistema debe someterse a constantes correcciones para evitar los anquilosamientos, las rupturas entre las masas ( los soldados rasos, los de a pie, la colectividad) con las instancias superiores. No resulta posible una transformación, una actualización si no participamos en los debates, si los encuentros los conforman un orador y cincuenta personas que lo único que los diferencia de los maniquíes es que de vez en cuando parpadean, es decir conciben todo desde una postura pasiva y acrítica

La abulia, el desencanto, el “no me voy a meter en eso que al final es por gusto”  resultan más nocivos que la burocracia, porque le dan paso a que esta última ande, o mejor dicho desande a sus anchas.  Solo a través de la confrontación se avanza y lo dice Marx, no yo; por ello no podemos temer a buscarnos problemas, a abrazar ideas nuevas mientras estas sean en provecho de vivir en la sociedad más plena posible.

A diferencia del título de la película de la que se habló al principio del texto solo se vive una vez y como escribiría Alejo Carprentier solo en El reino de este mundo podemos generar el cambio. La participación ciudadana se vuelve una cuestión esencial en el funcionamiento de cualquier país, sobre todo uno con un sistema socialista que busca la igualdad para todos.

domingo, 20 de junio de 2021

Mil usos del papel periódico (Resumen)

 


 Para que los pomos con refresco de polvito Toki de los niños no se calienten antes de la hora de receso. Para limpiar de las vidrieras las huellas de las palmas de aquellos que se apoyan en ellas con el objetivo de detallar los maniquíes con vestidos de bodas. Para crear un estado de opinión acerca de los precios de la entrada a las funciones de Las Sílfides.

Para que la sangre condensada que se resbala por las javas de nylon, que no son más que bolsas de leche rasgadas por uno de los bordes donde se guarda la carne de la casilla, no te manche las manos. Para no pincharte con los ramos de rosas y en vez de ensuciarte con la sangre ajena de pollos criados en granja, no te manches con la tuya propia y no tengas que chuparte el dedo y degustes tu propio sabor a plomo. Para criticar al último bateador, del último inning, del último juego que se poncha.

Para protegerte de lloviznas, donde sobre el papel cae la lluvia y sobre ti tinta que se desliza por tu cuerpo y, entonces, te imprime en tu frente que la cooperativa más cual cumple su plan de hectáreas salvadas de marabú; en tu abdomen, el comentario del último asentamiento israelí en la frontera palestina; en tus muslos el resurgimiento como abuela cariñosa de aquella bailarina de cabaret que se alimenta de las fotos en sepia de cuando en su espalda colgaba un abanico gigante de plumas de pavo real; en tu espalda, la historia de un grupo de supremacistas blancos en Texas que salen a las calles armados con M16; en tus brazos, el testimonio del último grupo de jóvenes que entran a la zona roja.

Para que tu pantalón aguaclaras no se ensucie al sentarse en los quicios polvorientos de las aceras. Para cuando se pierden los papeles de colores confeccionar las cadenetas que se enganchan desde una lámpara hasta el mural de la emulación de un Centro Pesquero. Para tapiar las ventanas de los carros que se chapistean y, entonces, si entras en el vehículo, te encontrarás dentro de una máquina del tiempo; no importa hacia donde desvíes la vista porque hallas explosiones de coches bombas de hace diez años, campañas de vacunación,  de hace de tres; asambleas de rendición de cuentas, de hace veinte: el tiempo te rodea, te atrapa, te extravía.

Para confeccionar piñatas de Papier Mache con la efigie de un Spider Man bizarro y deforme o un Rayo McQueen con carrocería de Moskvitch. Para envolver intimas que con discreción y aspaviento se ocultan en el fondo de los cubos de basura del baño. Para contestar las quejas de todos los salideros de todo el mundo, de todos los mundos, este y los paralelos. Para que las losas del piso no se te embarren cuando te aburriste del color salmón de las paredes de tu cuarto.

Para cuando te percatas que desenrollaste el último tramo de papel sanitario. Para rellenar los zapatos que te quedan dos números más grandes. Para completar las copas de los ajustadores. Para aburrirte. Para no aburrirte. Para cuando te sientas solo. Para cuando no te sientas solo. Para buscarle las erratas. Para pasarle por encima con la vista. Para guardarlo como recuerdo. Para leerlo. Para botarlo sin leerlo. Para…