martes, 25 de junio de 2019

Carilda Oliver Labra y el Teatro Sauto: el olvido de la poeta





¿Dónde está, Carilda? ¿Detrás de qué verso? Te advertimos que lo leímos una y otra vez, por lo menos hasta volverlo una redundancia, por lo menos hasta que aguantó la vista. Hablaste del Ten Cents, que hoy se llama Variedades y donde lo único que cuesta diez centavos son los chicles. Hablaste del Pompón, aunque ahora solo quede un chorrito. ¿Por qué, entonces, no mencionaste el Sauto en tu Canto a Matanzas?

Mi relación con el teatro pudiera decir que fluye desde antes de mi nacimiento, cuando asistían mis padres. Mis abuelos no tuvieron vida social en Matanzas, pero mamá y papá iban muy jóvenes, recién casados (…) Recuerdo haber ido de pequeña, luego dejamos de asistir, porque con la responsabilidad de cuatro hijos, mamá no podía ni salir a la iglesia…Pero cuando se es matancero el Sauto nos aguarda.[1]

Tú que en 1954 recibiste ahí la medalla de Hija Eminente de Matanzas, aunque ya eras la novia, pero no existía la medalla de Novia Eminente. Por Dios, Carilda, triple diosa, te partes en tres: madre, hija y amante, porque eres muchas mujeres para una misma ciudad.
En el teatro, los movimientos de cisne sísmico de Alicia Alonso te conmovieron tanto que le regalaste un soneto. Ahí, en una velada, coincidiste con Silvio Rodríguez y, cuando llegó tu turno, cambiaste el poema de amor que habías planificado, por uno que terminaba “cómase usted su vida/ yo me voy a escuchar a Silvio” él, en pago, con un gesto de la mano te dedicó una canción. ¿Son tuyas todas la canciones hermosas?

En 1995, Mario Benedetti, el escritor uruguayo, aquel que dijo que por los cielos vuelan los pájaros y los misiles, ofreció un recital en el teatro; aunque no asististe, a causa de una fractura de fémur, lo oíste gracias a una transmisión remota por teléfono. Luego, pidió que lo llevaran a tu casa para darte un abrazo. ¿Después de todo eso, por qué se te olvidó el Sauto?

Resulta que el Canto a…, lo escribí en 1954 de un tirón, excepto una estrofa. Al año siguiente me divorcié de mi primer esposo Hugo Ania Mercer y, movida por el dolor, le agregué los versos que dicen: ¿Y qué decir de mi herida,/ que por la hierba se mete/¿Qué decir, tierra querida/ dónde acabaré este viaje/ sin destino, ni equipaje/ de aquel hombre, de aquel hombre/ que dejó roto mi nombre/ en medio de tu paisaje?
  
Pues estaba muy joven yo en una actividad de la Peña Literaria en el Sauto. De pronto se acercan para avisarme que Hugo estaba en el público (…) Cuando llegó mi turno, me armé de valor y declamé el Canto a…, con estrofa nueva y todo (…) Hugo enseguida comprendió el mensaje, se puso de pie y salió del teatro. Lo cuento ahora para reafirmar lo que escribí: el Sauto nos aguarda en algún punto de la vida. Aunque no lo menciones en un poema. Además, es otra palabra difícil: si acaso rima con auto, pauto, cauto e incauto.[2]

Te perdonamos, Carilda. Te perdonamos a regañadientes, porque eres hermosa en la palabra y comentaste que “… Pero debo admitir que las historias de amor también se entretejen en la historia mayor de los teatros.”…Tu historia de amor con Matanzas y el Sauto es muy larga y muy pura, sea cual sea la forma que toma la pureza. Sin embargo, no somos incautos y no olvidaremos.   


[1]-Estas declaraciones fueron tomadas de una entrevista concedida por Carilda Oliver Labra a la periodista Amarilys S. Ribot y que aparecen en libro Teatro Sauto: vidas en plural.
[2] Idem.

lunes, 17 de junio de 2019

Películas filipinas, poemas de Borges y el Che





Encontré al Che a través de dos anécdotas. Es decir todos lo conocemos: los de mi generación juramos en la primaria, por lo menos, una vez al día ser como él, y no resulta difícil hallar un retrato suyo (pulóveres, logos de organizaciones, monedas de 3 pesos cubanos que luego se venden a 5 CUC a los extranjeros,) o que nombraron como él a primarias, empresas, contingentes cañeros en cada rincón de la Isla, lo que casi le otorga el don de la omnipresencia. Sin embargo, solo entendí su universalidad a través de dos hechos aislados en formato, ubicación y tiempo.

El primero de ellos ocurrió cuando aún no terminaba la secundaria. Por alguna carambola tropecé con una película de bajo presupuesto de Filipinas. La realización no poseía calidad, ni la trama coherencia. Esta última abordaba una rebelión en un futuro con robots de baja resolución y bastantes tiros y explosiones que parecían hechas en Paint; pero la detallo para resaltar mi sorpresa cuando observé en segundo plano a un extra que vestía un pulóver con el Che.

La coincidencia me hizo pensar en la repercusión de la fotografía de Korda que convirtió al rosarino en un ícono cultural del siglo XX; aunque muchas personas alrededor del planeta solo lo usan en la vestimenta o en posters en la paredes de sus cuartos (al lado quizás de uno de John Lenon o Albert Eisten u otros ídolos de la cultura polietilénica y autopística pop) con un fin estético y no por empatía con sus ideales. ¿Habría que preguntar cuántos de ellos se leyeron “El socialismo y el hombre en Cuba”?

El segundo hallazgo sucedió en mi primera visita al Memorial consagrado a Ernesto Guevara en la ciudad de Santa Clara. En la cripta dedicada a su persona y a los guerrilleros que junto a él perdieron la vida en Bolivia había una pareja de argentinos que de repente se tomaron la mano y comenzaron a llorar. Este llanto desolado y compartido despertó la curiosidad entre los presentes y algún atrevido indagó el porqué. Al final se supo que el padre de la mujer había conocido al Che en el pasado y ella y su esposo estaban en peregrinación para rendirle homenaje.  

La referencia a las luchas del Che me provocó negros pensamientos de chapapote recién vertido, por oscuros y adhesivos; porque, aunque la muerte es una consecuencia natural de la batalla, la de él se volvió un símbolo, un sello, por injusta e inesperada. De pronto recitaba para dentro mío el fragmento del “Poema conjetural” de Jorge Luis Borges: Yo que anhelé ser otro, ser un hombre/ de sentencias, de libros, de dictámenes/a cielo abierto yaceré entre ciénagas; / pero me endiosa el pecho inexplicable/ un júbilo secreto/ Al fin me encuentro con mi destino sudamericano.

Jugué un poco con el texto borgiano y quedó algo como: “Yo que quise ser otro, ser un hombre/ de quininas, de estetoscopios y jeringas/ a cielo abierto yaceré en la selva boliviana (…)/ Al fin encontré mi destino sudamericano (planetario también cabría).