lunes, 26 de noviembre de 2018

Defensa de los bodrios



En el libro Rutas críticas, Ambrosio Fornet, editor y crítico literario cubano, habla sobre como su nieto leía vorazmente los ejemplares de la saga El legado, conocida por su primer tomo Eragon, una historia de magia y dragones, considerado dentro de la llamada “mala literatura”.

El intelectual reflexiona sobre este fenómeno y plantea que de una manera u otra siempre se obvia la parte didáctica dentro de la literatura- yo aumento su rango y digo que de cualquier producto comunicativo- y se prioriza la informativa o la cognoscitiva, a la vez que nota que ese ejemplar, que quizás no cumple con los estándares estéticos y de estilo de la “alta literatura”, tal vez fuera un paso intermedio para que su descendiente descubriera lecturas superiores.      

Solo comprendí la afirmación de Fornet cuando la vida me ofreció un remedial sobre ella. En la universidad dos compañeras de aula cada mañana, en el intermedio entre que te vomita el ómnibus y aparece el profesor, debatían y reseñaban los últimos capítulos de la telenovela de turno. Al principio me molestaba bastante, porque siempre concebí estos audiovisuales simplones y degradantes; sin embargo, en cierta ocasión durante una clase, la profesora le pregunta a una de ellas por qué las devoraba compulsivamente.

- Yo sé que son malas y que no me aportan nada; pero me divierten.

A partir de ese tarde cada vez que las muchachas hablaba de Enamorándose de Ramón o de alguna por el estilo, cuyo nombre en este momento no recuerdo, siempre me sacaban una sonrisa; porque comprendí que todos tenemos maneras de salirnos de este mundo. En el idioma inglés existe una expresión que sintetiza un poco más mi idea, guilty pleasure, que traducido al español sería placeres culpables o culposos. Cada cual tiene su guilty pleasure, por ejemplo aquellos adultos que se sientan frente al televisor para ver muñequitos y los disfrutan como si aún se comieran la punta de la pañoleta, aunque reconozcan su inocuidad.

Existe el temor, no siempre infundado, del poder de manipulación de la industria cultural. En la película de Stanley Kubrick La naranja mecánica, Alex, el protagonista, un joven delincuente, lo sujetan a una silla y con un aparato especial le mantienen los ojos abiertos para que observe en unas pantallas imágenes de violaciones y asesinatos, mientras tanto le suministran fármacos que le provocan fuertes dolores; de esta manera condicionan su respuesta a los actos violentos que pudiera cometer en el futuro.

No somos Alex, por ver una serie sobre narcotráfico no montaremos un laboratorio para sintetizar drogas en el cuartico de desahogo de nuestras casas; aunque no se puede negar el fuerte carácter manipulador de la industria cultural. Deberíamos preocuparnos no tanto por qué consume cada quien, sino por crear consumidores críticos.

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