martes, 24 de marzo de 2020

Los poetas, todos esos seres desquiciados




Heredia no presumas de santiaguero o de habanero o de mexicano; porque te robamos de tu fe de bautismo, agua bendita del Yumurí para que renazcas matancero; porque en el barco quisiste abrazar al Pan - y mi pan es tu pan- y rasparte los antebrazos con su maleza y apretártelo contra el pecho y llenarte de verde la solapa.  

Vendedores de melancolías y alcoholemias, melancoholemias baratas, publicistas de tardes grises y días invernales, gurús de las lloviznas. 

De codos en el puente ya no observo las barcazas pasar y sus ondas como velos de novia color verde musgo. La verdad es que Milanés se murió, coño, se murió bien muerto, loco, pero murió. Y de ti quedó una calle y una estatua, noble como tú, con tus manos abiertas que se usaron como portavasos, como portabotellas. Tal vez sea difusa la frontera entre la ofrenda y el vandalismo.

Coleccionistas de tejas de casas coloniales, en búsqueda de la luz heterocromada de los vitrales a falta de reflectores.   

¿Y tus mulatas de fuego, Gabriel? Gabriel no, porque ese nombre es solo un enredo burocrático, Plácido ¿Pensabas en tus mulatas de fuego entre latigazo y latigazo? ¿En qué el fuego es voluble y tú no eras el único ser volátil? ¿En cómo se vería tu retrato en los libros de historia y compendios de literatura cubana? A tú estatua le faltan las piernas y ante la opción terrenal, de que no había bronce para terminarla, me quedo con la metafórica, no queríamos que huyeras detrás de una nueva mulata.

Ilusos convencidos que la matria está en la belleza y la patria en los montes, en las manos de las parteras y los ginecobstretas; pero también en las autopsias y en las exhumaciones. 

En menudos pedazos, así estamos sin ti, con una ciudad enlutada y sombría después de la telenovela sobretodo, pero así seguimos maestro izador de banderas. Tu casa natal es ahora una bodega; quizás ahí se compré la sal de la tierra, los huevos que nos faltan y arroz para alimentar palomas y totíes. Bonifacio alza los brazos y defiéndenos de todo lo malo que viene.

Ilusionistas del papier machier, esnifadores de polillas pulverizadas, siempre defensores de los principios (nunca de los finales)

Y no rechinan… rechinan las carretas por el frente de tu casa natal en la avenida de Tirry; sino boteros, bicis-motos-coco taxis. Agustín con tus versos levantamos la zafra: le pedimos surte a ancestros y santos con un chorro de sinestesia, endulzamos el café con una metáfora. Y aunque te hayas ido, nadie se va del todo, porque dejamos nuestro olor, como el humo que se queda impregnado en los bateyes después que desmantelaran los centrales.

Proveedores de clientes para bares y parroquias, santos patrones de los suicidas y alienados.

Carilda te has levantado hoy y te has vuelto ciudad: tus axilas son callejones; tus piernas, avenidas; la bahía, cabello y dos mechones rebeldes, el San Juan y el Yumurí. Hoy tengo el alma enferma y no encuentro un Ten Cent para comprarme un sueño.

Los poetas, todos esos seres desquiciados…

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