Amaneció en la ciudad de Matanzas. El sol, como una
marea de aguas claras en ascenso, iluminó de a poco una ceiba en la Calle del
Medio, entre las más céntricas de la urbe: primero las piedras en círculo,
parecido al brocal de un pozo, que resguarda sus raíces, después el hierro de
la rueda dentada que se apoya en su tronco y luego a un hombre que colgaba a
cinco metros del suelo.
El ahorcado estaba descalzo y sus inertes pies que
señalaba a tierra, parecían, por la bizarra postura, los de una primera figura
del ballet. Vestía un abrigo largo que le llegaba hasta las rodillas y un
pañuelo blanco en la cabeza. Lucía como un vagabundo.
Esa mañana, diez años atrás, los transeúntes de camino
a sus aulas, oficinas o colas se quedaron perplejos ante el balanceo del pobre
hombre, como si les hubieran colocado delante del rostro uno de esos relojes
con cadena que utilizan los hipnotizadores en las películas de Hollywood.
Mientras avanzaban los minutos, la multitud aumentaba
alrededor de la ceiba. Un ciudadano preocupado llamó a una ambulancia; otro, a
los bomberos para buscar una escalera y bajarlo; un tercero, a la policía que
apareció en el sitio e investigaba si alguien sabía lo que pasó o conocían a la
víctima; pero casi todos, en realidad, se preguntaban qué tendría por dentro
una persona para suicidarse en un lugar tan público.
La respuesta a tal interrogante se supo a los treinta minutos,
cuando el ahorcado abrió los ojos. Por dentro, es decir, oculto tras el abrigo tenía
un arnés que compensaba el peso de su cuerpo, no en el cuello, sino en el tórax
y entonces el pedazo de soga que lo estrangulaba solo funcionaba como
decoración.
Los hechos relatados con anterioridad sucedieron en el
marco de la segunda Jornada de Teatro Callejero, evento que busca trasladar las
artes dramáticas de las tablas y llevarlas al asfalto y, al parecer, a las
ceibas. El performance lo efectuó el
grupo OVNI y su objetivo era conmocionar al público al enfrentarlos a una
situación extrema.
Al otro día los actores montaron de nuevo el acto;
pero en dicha ocasión en el puente Sánchez Figuera o el de San Luis, como se
conoce entre los locales, con un efecto bastante parecido al de la primera vez.
Los integrantes de OVNI, a pesar de todo, lograron su meta, impactar a la
audiencia, aunque quizás exageraron en el intento. De todas maneras, le entregaron
a la ciudad un rumor que al enfriarse se volvió historia y con el añejamiento
de los años, leyenda urbana.
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