Propongo una
situación hipotética: un grupo de amigos disfrutan de un partido de fútbol. Es
el final del juego. Las tensiones por la inminente victoria o derrota del
equipo preferido cercenan las uñas y arrancan los cabellos. La programación se interrumpe.
El locutor anuncia el acontecimiento político de la década, algo así como el
fin del bloqueo o que se encuentra reservas de petróleo en grandes cantidades
bajo la plataforma marina cubana.
¿Cuántos de
ellos no virarán la cabeza y “freirán un huevo” porque les quitaron el partido?
¿Cuántos
jóvenes enarbolan las banderas con fervor soviético en los actos patrióticos o
asisten a ellos sin que exista un incentivo cultural (cerveza de pipa, rocitas
de maíz y un conjunto de timba que pregunte quién tiene más dinero las mujeres
o los hombres) o que su expediente peligre?
¿Cuántos
buscan los informativos de los medios de prensa cubanos para conocer la
realidad del mundo que gira bajo sus pies por el efecto Coriolis?
Francis Scott
Fitzgerald, escritor americano de entre guerras, al definir a su generación
expuso: “Somos una generación que al llegar encontramos todas las guerras
combatidas, todos los dioses muertos y toda la fe en el hombre perdida”.
Tal vez, por la
habilidad cíclica del tiempo o la superposición de épocas, describe los ánimos
abúlicos de nuestra propia generación (los nacidos en los 90, especialistas en
formar bulla cuando llega la luz después de 8 horas de apagón), aquella que
nació en los años más crudos del periodo especial, pero que no guarda
conciencia del caos y las penurias.
A la mayoría,
nuestros padres nos protegieron. Y nosotros con los lentes de la inocencia solo
observamos pelotas de piedras y gaza, y muñecas de trapo, ante la escasez de juguetes.
En los
primeros años reclamamos a un niño del cual repartieron fotos en la escuela,
pero nunca entendimos hasta tiempo después por que lo reclamábamos. Sufrimos
cuando nos quitaban los muñequitos, los mismos de cada día y la mayoría de
factura soviética, para transmitir las Tribunas Antiimperialistas. Luego
llegaron los cinco héroes y los recordábamos a cada momento, fuera un matutino,
un desfile o el mural del aula.
No
comprendíamos la frase martiana de que “trincheras de ideas valen más que trincheras
de piedras”.
Desde pequeños
nos alimentaron con lemas, pancartas, matutinos y fechas cerradas (a veces con
una propaganda tan ingenua que parece que te dijeran “abre la boca que viene el
avioncito)
Apatía: La
apatía es la falta de emoción, motivación o entusiasmo. Es un término
psicológico para un estado de indiferencia, en el que un individuo no responde
a aspectos de la vida emocional, social o física.
¿Dónde surge
esa apatía, la tenemos con nosotros desde siempre en algún gen extraviado o la
arrastramos desde niños?
“Todas las
guerras combatidas, todos los dioses muertos”. Los barbudos al triunfar traían
con ellos una serie de necesidades y por su causa surgieron arquetipos como el
hombre nuevo. Hacer revolución, desbaratar desde los cimientos las retrógradas
instituciones y valores republicanos. Tres décadas con sus altos y bajos
transcurrieron en la lucha por el mantenimiento del socialismo, a menos de
noventa millas del norte revuelto y brutal, y de vez en cuando con autobloqueos
y mentalidades poco dialécticas.
A principios
de los noventa cuando cae el campo socialista y nos destetan de la Unión
Soviética, se necesita aplicar una política pensada para tiempos de guerra. No
solo la industria y la economía se afectaron, sino casi cada rama del vivir de
los cubanos.
La pérdida de
valores. ¿Qué antivalores nacieron en su seno? Si antes nos amenazaba el
extravío de la individualidad en la búsqueda de la unanimidad socialista; ahora
una acentuación de ella, hizo recogerse en grupos más pequeños, la familia y
uno mismo. Era imposible hacer revolución sin un plato de comida en la mesa o a
luz de las velas como los colonos españoles.
Ahí llegamos
nosotros, gestados gracias al suplemento de carne especial que se le daba a las
embarazadas; y crecimos de a poco, a la vez que el país salía del bache. Ahora
nos piden que continuemos lo iniciado en los 60, que seamos el hombre nuevo.
Nuestra
memoria histórica es reducida. No tenemos paradigmas, ni grandes planes que
forjen una ideología a seguir. La ideología cada cual la arma por su parte, sin
una matriz rectora; y muchos solo se apartan del camino. No nos toca seguir
viejos senderos, sino construir los atajos.
Aunque parte
sea nuestra responsabilidad, también la conmutación de directivas en el país
pueden potenciar un cambio más rápido y efectivo; por ejemplo rejuvenecer los
medios de comunicación y evitar la sobresaturación y la monotematización. Darle
nuevos aires a las organizaciones encargadas de forjar la conciencia política
(OPJM, UJC, FEEM), con la conformación de proyectos y responsabilidades para
los más jóvenes; y de esa manera fomentar virtudes creadas por el esfuerzo
propio. Queremos actuar porque lo creemos así, no simplemente por actuar.
¡No
a la apatía!