Esta noche, encerrado en mi casa, me siento como Pablo
Neruda describió a los gatos: “un pequeño tigre de salón”. Veo un poco de
televisor. Tomo agua. Me mancho los dedos al hojear el periódico. Me rasco. Me
estiro. Me paro en la puerta; pero la calle está tan desolada como el ártico.
Al final me tiro en la cama y cierro los ojos en búsqueda del salto temporal
del sueño; pero no llega. Antes de arañar las paredes, de destripar los
cojines, agarro el teléfono y llamo al primer número que me viene a la mente.
- Vamos a hacer algo hoy.
- ¡Ñooo! Tengo hueso.- solo los matanceros entenderán
esa respuesta lapidaria.
El hombre primitivo, al vivir en comunidad, se cansó
de llamar los objetos al señalarlos con el dedo. Entonces ante la necesidad de
comunicarse, se desarrolló el lenguaje. Luego el asunto se complicó porque
había cosas que los ojos no captaban: los dioses, el tiempo, el amor.
En diapositivas consecutivas de miles de años se
inventó el papel en China; el dinero, en el Oriente; la imprenta, en Alemania.
En este mundo, ruina de la torre de Babel, cada vez que se complejizaba el
pensamiento y la inventiva humana se creaban nuevas palabras: rueda, guerra,
mercancía.
Cada región posee sus términos endémicos, aunque
comparta idioma con un continente o un país, porque nace del desarrollo
histórico y cultural de la zona. Dicha variación nombra un fenómeno originario
o resalta una cualidad preponderante del sitio. En Matanzas- un poco de bombo y
platillo para resaltar lo que sigue- resulta el HUESO.
Según los libros de anatomía, el hueso es un tejido
firme, duro y resistente que forma parte del endoesqueleto de los vertebrados. El origen de la nueva etimología la desconozco,
porque hasta ahora nadie ha explicado el componente óseo de la diversión.
Con el uso recurrente de la palabra en el vocabulario,
llamémoslo de guagua y pan de flauta, para no decir cotidiano, comenzaron las desviaciones
semánticas de la misma: huesú, huesudo, y otras que dependen de la creatividad
del interlocutor.
Preocupa el arraigo del término. Su surgimiento
denuncia un fenómeno, en algún punto de la historia local, que requirió su uso
al no bastar la mente cerrada de los diccionarios. Su estiramiento a través de
los años denuncia la concepción de que este territorio, la bota geográfica con
tacón de ciénaga, la habitan personas apáticas, inermes, que flotan, como globos,
por encima de la rutina.
No continuemos esa lógica. No permitamos que el muermo
se apodere de nosotros. Demostremos que aquella que se nombra por el primer
acto de rebeldía en la Isla y que en el siglo XIX brilló por ser centro de las
artes le haga honor a su tradición, a su legado. En este nuevo año que se
aproxima pongámosle ganas a la vida.
Como diría Silvio Rodríguez la rutina es nuestra más
tierna enemiga. Esa noche nerudiana por antonomasia, después que la última
opción murió al teléfono para combatir el “hueso”, en una batalle secular
contra el calcio escribí este texto, suerte de conjuro, de resguardo que ahora
comparto con ustedes.