Cante odiosa, disculpe ¡Oh, diosa! la historia de
estos hombres valientes que se negaron al yugo ancestral de las mujeres.
Cuenta la leyenda que una noche entre libaciones de
aguardiente y el estrepitoso chocar de fichas de dominó contra la mesa de
madera, mientras se escuchaban los gritos de batalla ¡Me pegué, conejón! a
alguien se le ocurrió la idea de fundar la sagrada orden.
Sobrevino un silencio
como el que reina cuando alguien propone hacer una ponina y en las billeteras de
los otros solo crecen monstruosas telarañas.
Entonces apareció la pregunta, la quimera, leona con
cola de serpiente, otra prueba fehaciente de la intrínseca maldad del género
femenino, de cómo llamamos a la organización. Hubo miradas, muchas miradas de
dudas. Afloró una pregunta: ¿Qué tenemos en común?
- Son tiempos duros - comentó aquel.
- La economía, la economía- siguió el otro.
- El bloqueo, el bloqueo- un tercero.
- Al final, el problema es que no tenemos “jevas”.
- De todas maneras, somos caballeros.- acotaron.
- Entonces somos caballeros no templarios.- un tajazo
limpio que rompe cotas de malla y raja pechos.
Así surgió la secular, honorable, inexorable,
paupérrima, herética, inefable y avasalladora ORDEN DE LOS CABALLEROS NO
TEMPLARIOS.
Luego se efectuó la elección del Gran Maestro, el más
sacro de los ahí presentes, aquel que cuando se oiga su voz las almas se
encojan, y se espanten brujas, sirenas u otra cualquiera criatura que engatuse a
los hombres de corazón puro, del tesorero, del relacionista público- que le
correspondió a este humilde escribidor-, del asesor jurídico y del maestre
chef.
Buscar el lema resultó una labor titánica. Más y más
miradas de duda. Hallar en el Hard Drive, en el disco duro interno, la
combinación de palabras adecuadas que atrapara el espíritu de estos guerreros
del Call of Duty y el World of Warcraft.
- Esto puede ser no más que una canción. Quisiera
fuera una declaración de amor.- cantó un bardo barbú.
- ¿Yolanda? ¿Pablo Milanés?- preguntaron al unísono.
- Sí la parte de “tu mano…
- … eternamente tu mano…- hicimos el coro, como unos
monjes franciscanos que interpretan un Ángelus;
porque entendimos que hay “cosas” que nunca te abandonan, una a la derecha y
otra a la izquierda, sin importar que el hado traiga trueno, lluvia o
relámpago.
Unos meses más adelante se fundó la sección femenina,
aunque todavía queda la duda si llamarlas caballeras o caballas, problemas de
semántica y burocracia, porque las mujeres también conocen acerca de la soledad
y el placer, aunque hasta ahora son muy pocas las que se han unido.
La Orden nunca te abandona o, mejor dicho, tú nunca
abandonas a la Orden. En el mismo momento que consigues novia y presentas tu
baja y entregas el carnet, siempre existe el riesgo palpable, certero, de
regresar a ser un miembro de número.
Entre los cazadores, desde los que asaetaban mamuts y
tigres dientes de sables hasta los habitadores de las praderas de la barras de
las discotecas, siempre ha existido un sentimiento de hermandad. Si me pidieran
un rezo para bendecir a los caballeros no templarios diría que cada aerolínea del
mundo quiebre, que haya mal tiempo constante en el mar de la costa norte, que
te pegues con el doble nueve, que el fondo de la botella nunca llegue y que
todas las espadas mundo estén clavadas en rocas.
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