miércoles, 31 de julio de 2019

La familia, la propiedad privada y el amor




Espero que Silvio Rodríguez me perdoné por el plagio intencionado que es el título de este artículo. Hoy me viene a la mente y al tarareo esa bella canción homónima que habla sobre los valores que se transmiten de generación a generación y que en muchas ocasiones resultan ancla, por retrógrados, para el libre desarrollo de la sociedad.

Cuando se compuso el tema, Cuba transitaba por un periodo de su historia donde la Revolución rompía “el tedio de ser decente” como versificaría la poeta Carilda Oliver Labra al referirse a los códigos heredados de la República burguesa y un poco más atrás “todos los siglos de colonialismo español”, cuantifica el trovador.

Habría que entender la “decencia” de forma peyorativa; es decir, como una serie de conveniencias sociales impuestas que restringen la libertad del ser humano y no lo dejan practicar su libre albedrio. Continúo en la misma cuerda que Silvio y ejemplificó con otro fragmento de la canción: “Una buena muchacha de casa y decente no puede salir. ¿Qué diría los amigos el domingo en la misa si saben de ti?”

Décadas después el país retoma la propiedad privada como compresa para la golpeada economía y existen nuevas formas del amor y de la familia (con exactitud, no nuevas; pero sí, con un mayor porciento de la población que no “fríe un huevo” cuando observa a dos hombres tomados de las manos) Sorprende cuántas expresiones de esta moral heterosexual-caucásica encontramos aún y no solo en las Hogares de Ancianos o bajo los cruz de las iglesias; sino detrás de la barra de una cafetería o vibrantes sobre la carrocería de un ómnibus.

El “qué dirán” o quedirán- tal vez haya que proponerle a la RAE esa palabra cuya acepción sería, terror infundado a la lengua del prójimo- se mantiene en los primeros lugares del Top Ten de las fobias de muchos. Hay que entender que los tiempos cambian, y el tiempo es un arado, arrastra consigo lo terrenal.

Entonces tenemos que estar en resonancia con nuestra época o, mejor, asomarnos, aunque sea un milisegundo al futuro, para romper los tabués programados.

martes, 30 de julio de 2019

Todo lo que hacemos para no dormir en el banco de un parque




Los mexicanos me dijeron que levantara la cabeza, que mirara hacia las estrellas de la noche habanera. Ellos colocaron la botella de Habana Club encima de mi boca de manera vertical. Sentí como el líquido entraba a mi garganta a una velocidad de 9,8 m/s, con todo el empuje de la fuerza de gravedad. Cantaban algo así como “¡El farol! ¡El farol! ¡El farol!” Al parecer era algún tipo de juego para beber que practicaban en su tierra. Hay un punto en el que no podía tragar con la misma rapidez con la que el ron escapaba de la botella. Las mejillas se me inflaron y me faltó poco para vomitar. De repente pararon y me dieron una palmada en la espalada con una sonrisa.

- ¡Bien hecho, buey!- me dijeron. Tal vez “El farol” era la manera de compartir alguna costumbre suya; antes yo demoré cerca de veinte minutos en explicarles cómo se pronunciaba con corrección Asere, qué bola. Cualquiera puede decirlo; sin embargo, darle la entonación correcta, con la mezcla específica de guapería y camaradería que hace a la frase tan cubana no resulta fácil.

- ¿Buey, a qué tú te dedicas?- me preguntó de pronto uno de los mexicanos.

- Estudio periodismo- respondí.

- Ah, sí. ¡Qué pedo! Entonces tú debes saber cantidad sobre el país. Nosotros  estudiamos Ciencias Políticas allá y nos interesa saber sobre Cuba. ¿Cómo es?

Después de un “Farol”, sentados en el malecón a las 3 de la mañana - con unos músicos en búsqueda de turistas trasnochadores que se pegaron al grupo y comenzaron a cantar rancheras y boleros en espera de propina- definir un país me parecía algo ridículo y paradójico.

En otro escenario huiría de la conversación; pero como escribió un filósofo español “El hombre es él y su circunstancia”; y mi circunstancia esa noche resultaba bastante desalentadora: en el más seguro de los casos tendría que dormir en un banco, acurrucado sobre las tablas de madera, al mejor estilo de los contorsionistas que se encierran en maletas,  con el miedo a que un guardaparques me sorprendiera, o peor que me levantara al amanecer tullido por el frío y me percatara que solo llevaba encima el calzoncillos y las medias porque me robaron.

Era la primera vez que iba a Capital solo. La había visitado antes, pero, como buen matancero, siempre en un carro de ida y de vuelta o en una excursión para ir al Acuario o al Zoológico o al Parque Lenin. Nunca me había arriesgado a ser un triste tigre, a lo Cabrera Infante, y lanzarme kamikaze a la noche habanera.

Esa semana estaba en un evento de la universidad y nos albergaron en Alamar Micro 10, un lugar en las periferias de la ciudad. En la noche – la misma en que cambié un “asere, qué bola” por un “Farol”- fuimos a una fiesta en el Bertolt Bretch. Allí me enredé con una mexicana que también participaba en el evento y después de par de besos me invitó a irme con ella para su hotel. No lo pensé demasiado; quizás debí hacerlo.

Entonces ahí estaba solo con un grupo de mexicanos borrachos. Cuando llegamos al hotel me quedé atrás por miedo a que no pudiera entrar por ser cubano. Al final cuando me atreví a pasar, mezclado entre el molote de los mexicanos, y pregunté por la muchacha nadie sabía. Así perdí la cama prometida y la calma.

En aquella época aún no tenía celular, por tanto estaba incomunicado de mis amigos, y mi dominio de la geografía habanera era nulo. Así que poco a poco imaginé el hermoso banco- en un parque oscuro, debajo de un frondoso árbol desde donde las hormigas se lanzarían encima de mí como paracaidistas de las 18 División Aerotransportada - que sería mi lecho hasta que amaneciera y pudiera dirigirme hacia Alamar. Por ello cuando vi que una parte de los mexicanos se dirigían hacia el malecón a seguir de fiesta, me les uní.

- Ah, sí. ¡Qué pedo! Entonces tú debes saber cantidad sobre el país. Nosotros estudiamos Ciencias Políticas allá y nos interesa saber sobre Cuba. ¿Cómo es?

Yo hablé, hablé hasta por los codos. Les expliqué que éramos un país socialista cuya base era el pensamiento de Carlos Marx y Federico Engels. Nunca habían oído sobre Marx; uno de ellos recordaba escuchar sobre Engels en una clase de Economía Política. Luego que la Revolución ayudó a mucha gente, que se le metió en el cuerpo y el alma a mucha gente. Y que en los años 80 hubo prosperidad gracias a la Unión Soviética, no mencioné al CAME porque estaba seguro que no lo conocerían; pero que la URSS cayó, con el mismo estrepito que los ladrillos del muro de Berlín, y que llegó el Periodo Especial.

- ¿Buey, qué es un periodo especial?

¿Cómo tú le explicas a un extranjero, con más sereno y alcohol en el cuerpo que sangre, qué es un Periodo Especial? ¿Alguien que no sea cubano pudiera entenderlo? De todas maneras, hice mi esfuerzo más loable. Hablé, hablé hasta por los codos. Comenté que fue una época de escasez donde el gobierno impuso una serie de medidas que cambiaron el país…y todo lo demás que usted, lector, conoce a la perfección.

Cuando terminé mi discurso, miré mi reloj. Daban las 4 de la mañana. Uno de los mexicanos daba un bostezo que peinaría un bosque y luego le dijo al otro que ya era hora de dormir. Yo, con mi mejor cara de víctima, les pregunté:

- ¿Puedo quedarme con ustedes?

- Por supuesto, buey, ven con nosotros.

Esa noche que dormiría junto a una bella mexicana amanecí entre dos mexicanos que unieron las camas para darme un poco espacio donde acomodarme. Sin embargo, ser periodista me salvó del banco del parque. Además aprendí que era un “Farol” y que Cuba todavía es un misterio para muchos de los ciudadanos del mundo, a veces hasta para los propios isleños.        

lunes, 29 de julio de 2019

Teatro Sauto: La reina del drama y el chino




Un chino de la china

Justo Wong suelta la barreta, levanta la vista hacia el sol y se pregunta hacia dónde queda el oriente, pero no el oriente de aquí, ese del que solo lo separa una franja de tierra, sino el oriente de los mandarines, de las largas coletas y de las mujeres con los pies pequeños. La figura del mayoral se recorta en el horizonte y rápido vuelve a su labor. En estas jornadas tiene mucho más trabajo que lo habitual. Unas noches atrás en las barracas alguien comentó que allá abajo, en la ciudad, construyen un teatro o algo de eso y les hace falta cal en cantidades.

En este extremo del mundo dicen que si cavas mucho llegas a China. ¿Funcionará al revés? ¿Si hubiera abierto un hueco muy profundo en su aldea natal hubiera aparecido en Cuba? Él no vino a través de un hueco, sino del océano. Tose porque una nube de polvo asciende hasta su rostro. Para montarlo en el barco le prometieron riquezas, pero al arribar a la Isla solo encontró una vida demasiado similar al de alguno de esos negros que cortan caña en los campos. Tomaría un descanso, pero el mayoral aún ronda por las cercanías. Wong está molesto y descarga su ira en un poderoso golpe contra el suelo que se desmorona de repente. La barreta se le resbala entre sus manos sudorosas y cae dentro de la recién creada grieta.   

La actriz francesa    

Margarite Gautier después de decir sus últimas palabras en el más puro y duro francés muere entre espasmos de una tos violenta, pera esta tos no se la provocó el trabajo en una cantera de cal, sino una disipada vida parisina. El telón se cierra. Sarah Bernhardt se acerca al borde del escenario y le hace una reverencia al público que la aplaude con desafuero. La Dama de las Camelias nunca le falla, por eso eligió la obra basada en el libro de Alejandro Dumas para su única función en el teatro, que si no recuerda mal se llama Esteban y que, piensa, resulta bastante suntuoso para una ciudad del interior de una islita.

Mientras se retira hacia el camerino observa de reojo a unas señoras que cuchichean, lo más posible es que sea sobre ella. Seguro comentan que está muy flaca, que duerme en un ataúd y que tiene por mascota un tigre. Esas gordas matronas para quienes el sobrepeso simboliza el digno oficio de darse sillón todo el día mientras bordan, no tienen idea ni de la cuarta parte de la verdad. Sin embargo, ella sabe que esas habladurías catapultan su fama. Lo excéntrico vende bien y por eso los empresarios españoles la trajeron para que actuara en Cuba.    

Mientras se quita el maquillaje recuerda que probablemente más de la mitad del público no habla francés y que si la celebraron tanto fue por sus gestos y las expresiones de su rostro. Si las ovaciones no fueron por ese motivo, entonces el verdadero excéntrico sería el público. De todas maneras, tiene en mente una última extravagancia para regalarle a sus lenguas soeces, por desgracia, poco sagaces. Al llegar le informaron que cerca había una cueva que era muy hermosa y tiene ganas de visitarla y no le importa que ya sea noche cerrada.      

El empresario

Santos Parga revisa las cuentas del último envío de materiales hacia las obras del nuevo teatro. Dicen que la sociedad anónima a cargo de la construcción está escasa de fondos, pero hasta ahora, por lo menos, han cumplido los pagos en tiempo. Tocan a la puerta. Él aparta los papeles y grita que pasen. Primero entra su mayoral y luego cabizbajo, por lo menos mucho más cabizbajo que el promedio de los chinos que andan como si rezaran el padre nuestro el día entero, Justo Wong, uno de sus trabajadores.    

El mayoral le dice que al culí se le perdió la barreta, ante su mirada de duda, explica que se le extravió por un hueco mientras cavaba. El comerciante gallego pide que lo conduzcan al lugar. Mira extrañado la grieta que parece un arañazo, hasta que ordena que la amplíen un poco más. Después de algunos golpes sale despedido un chorro de aire caliente y hediondo. Santos Parga conocedor por la naturaleza de sus negocios de lo básico de la espeleología, se percata que ha tropezado con la entrada de una caverna y quién sabe tal vez, con algunos preparativos, de una mina de oro.

La reina del drama y el chino

Sarah Bernhardt baja las escaleras despacio con miedo a resbalar por culpa de uno de los escalones húmedos y así romperse un tobillo. Su larga sombra, proyectada por la luz de las antorchas, se pasea por las paredes de piedra, se abulta en los salientes y se recoge en las hondonadas. Alguien de su comitiva le revela que la cueva la descubrió un chino por error en 1861 unos 26 años atrás y que el dueño del terreno Don Manuel Santos Parga con rapidez la convirtió en un centro turístico, pero ella no lo oye bien, está ocupada en poner sus pies en un sitio seguro para no caer de bruces. 

Ella piensa que el lugar tiene su belleza con sus estalactitas y estalagmitas sobre las cuales ahora su juguetona sombra se enrolla como si fuera papel. La ciudad posee sus encantos, concluye, primero el teatro muy italiano para ser tropical y muy grande para una población tan pequeña, y luego la caverna, un hermoso azar de la naturaleza. Tal vez, vuelva algún día.