viernes, 21 de febrero de 2020

Tú eres mi ciudad




Todas las ciudades – como las botellas de ron- tienen carácter de mujer: cosmopolitas como New York; violentas como Juárez en México; lejana y fría como Londres; exóticas como Manila. 

Matanzas, aquella de nombre visceral, su alma es plácida, y no porque el poeta homónimo con solo un cambio de vocal en el adjetivo usado, plácida, aquí le cantó a sus mulatas, y arisca, si los portales resultaran los brazos que te confortan y cobijan en un aguacero-depresión entonces no tenemos portales, sino ceñudas e inescrutables fachadas de casas.
Urbe que muere a la hora de la novela- y extravagantes se consideran los transeúntes nocturnos – la velan en la madrugada y en la mañana, tímida, abre la tapa del ataúd y pide disculpas por su sueño profundo que se confunde con la muerte. Con una hermana egocéntrica, La Habana, que se roba el foco de la atención y una hija prodiga, Varadero

Sin embargo, para mí, tiene alma de mujer por otro motivo. Había una muchacha que me gustaba. Estudió conmigo en el pre y aunque nunca intercambiamos dos palabras algo me atraía de ella. Uso la palabra más vaga del español, algo, porque aun no entiendo el porqué: feromonas, percepción estética, aura, sex appeal, chakras, predestinación cósmica, síndrome de Electra.

Después cuando entré en la universidad desapareció. Yo me quedé aquí en una lucha a brazo partido contra el hueso, tal vez ella estudió afuera de la provincia, como muchos otros; pero resulta muy raro nunca coincidir, aunque sea un fin de semana, cuando virara a su casa para que le lavaran la ropa y le dieran dinero.  

Transcurrieron cinco años de esquinas aburridas porque sabía que ella no surgiría por ahí de repente; de carnavales con la cerveza más aguadas que nunca; de oscuras madrugadas donde el graznido de los totíes de La Libertad se pudiera considerar la mayor fiesta en ocho kilómetros a la redonda.

Sin embargo, la ciudad donde hay un Parque de los Chivos pero no hay Chivos en él, donde compiten por los pedestales héroes y poetas y, a veces, los dos en uno, despertó de un momento a otro. Tal vez fue por ese favoritismo que tenemos por los aniversarios terminados en 0 y 5 o por la vergüenza de llamarse la Atenas de Cuba y no estar en el paralelo y meridiano de su epíteto.

Casi todas las ciudades se miden a través de la economía – tal o más cual industria aporta tanto o aquella fábrica le da empleo a X número de obreros – pero aquí ponemos en un segundo plano los PIB y los planes productivos cuando se refiere a calcular la vida urbana. La cultura nos salva y define, entendida como todo aquello que nos protege de estar a merced de película del sábado y el monótono balanceo del sillón.

Abrieron algunos centros nocturnos, hubo un brote de bares en la ciudad, algunos artistas se acordaron que íbamos más allá de un paisaje gris atravesado entre La Habana y Varadero.

Después de cinco años, reapareció la muchacha. Me encontré con ella en el Festival Matanzas Jazz y observé toda la noche su silueta en los grandes espejos de la Sala White. Una semana después coincidimos en un concierto de trova en el Patio Colonial. Y así, por uno o dos meses, chocamos una y otra vez.

Un día pensé – la metáfora que el azar empuja - que ella era Matanzas por lo menos mi símbolo personal de su renacimiento. Nunca pude dirigirle la palabra, tal vez por miedo o timidez, pero creo que, a lo mejor, fue porque las ciudades deben conservar alguna incógnita para las personas, sino se desvanece el misterio y el encanto con él.