miércoles, 30 de enero de 2019

Postal de la Reconcentración desde el portal




La campesina con su bebé en brazos atraviesa el puente y mientras camina el teatro Esteban emerge en cuadrículas, trozo horizontal tras trozo horizontal. Primero se delinea el techo de pirámide, luego los costados con sus grandes ventanales enrejados y por último, el portal, el amplio portal que esa madrugada será su cama, que, por culpa de Weyler hace más de un año es su casa.    

En un primer momento dormiría en el barracón que el gobierno español montó para los reconcentrados en el Palmar de Junco, sin embargo desistió por dos razones. La primera era la Carreta de la Lechuza. Esta pasaba dos veces al día para recoger a los muertos. Tal vez, la labor más agotadora para los sepultureros no resultaba cargar los cadáveres, sino diferenciarlos de los vivos; ambos mostraban los mismos síntomas de la descomposición: el mal olor, el hueso sobrexpuesto a la carne, las moscas. Esa tarde la carreta estaba muy cargada. Los brazos y las piernas colgaban como ramas marchitas. Ella aún no se acostumbraba a esas escenas.

La segunda razón era que se comentaba entre los campesinos que esa noche habría función en el teatro. Las funciones resultaban provechosas, casi divinas. De vez en cuando, alguna dama o caballero se apiadaba de ella y le daba limosna y, tal vez, al día siguiente, con mucha suerte, le alcanzaría para un mendrugo de pan.

Cuando se dictaron los primeros bandos, en el 96, y los soldados españoles fueron comarca por comarca para enviar a los campesinos a las ciudades, prometieron albergue y comida. Al arribar a Matanzas cumplieron con su palabra durante muy poco tiempo. Las raciones desaparecieron en cuestión de semanas. Después la municipalidad ofreció trabajos, pero muy mal pagados y demasiado difíciles, sobre todo para una mujer con un niño de brazos: cultivar tierras vírgenes en el Valle del Yumurí, construir a pico y pala las carreteras que conducen a las Cuevas de Bellamar. Sin otra opción, recurrió a uno de los oficios más viejo del mundo, el de mendigo, porque para practicar el otro más antiguo, la prostitución, por lo menos necesitaba algo de grasa en sus curvas y más energía.    

Aún era temprano. El sol todavía no se ocultaba, aunque ya la luz era de ese naranja opaco que precede al anochecer. Buscó en el portal un lugar libre entre las columna. Acarició la cabecita del bebé. Aunque no llorara, sentía su boquita en el pezón. No lo chupaba, lo mordía, como un mamoncillo que perdió la pulpa y solo le queda la semilla dura. Gracias al bebé, aunque fuera pecado pensar así, consigue mucha más limosna, porque consigue mucha más piedad. Una mujer con la anatomía al reverso, el esqueleto para afuera y el pellejo para adentro, da lástima por sí misma, pero si se le agrega un niño que parece una espina de pescado esa lástima se multiplica.

La noche llega, al igual que los primeros coches y espectadores. Los señores están contentos en sus trajes finos que aprietan su gordura sonrosada. Las señoras lucen sus finos vestidos de corte europeo y su bisutería brillante. La campesina se acerca a ellos, callada, con la mano extendida; este gesto es suficiente para que la entiendan, aunque si es necesario nombrará al padre, al hijo y al espíritu santo.

Escucha la conversación. Hablan sobre la compañía, la Opereta bufa de Ramírez, que representaría dos obras deliciosas, por supuesto comedias, El matrimonio de Alí y La mulata María. Alguien afirma que el país ya está muy tenso “por la guerra y cosas por el estilo”, para ellos no poder disfrutar de una velada agradable en el teatro. De repente, se percatan de la campesina. Un señorito, con ojos de ¡Dios mío, qué es esto!, desde la misericordia le da unos centavos; una vieja, con ojos de ¡Dios mío, qué es esto! , desde el asco, también le da unos centavos para que desaparezca de su vista lo más rápido posible.

Cuando termina su ronda vuelve a su rincón recostada a una columna. Al parecer el espectáculo está a punto de empezar. Los últimos rezagados entran al recibidor con paso rápido. Mientras cierran las puertas del teatro, para que a ninguno de las decenas de campesinos reconcentrados que ocupan el portal se les ocurra colarse, ella cuenta las monedas de la jornada, por lo menos esta vez le llenan la cuenca de una mano, tal vez mañana sí se permitirá un mendrugo de pan.  

lunes, 28 de enero de 2019

La Orden de los Caballeros no Templarios



Cante odiosa, disculpe ¡Oh, diosa! la historia de estos hombres valientes que se negaron al yugo ancestral de las mujeres.

Cuenta la leyenda que una noche entre libaciones de aguardiente y el estrepitoso chocar de fichas de dominó contra la mesa de madera, mientras se escuchaban los gritos de batalla ¡Me pegué, conejón! a alguien se le ocurrió la idea de fundar la sagrada orden. 

Sobrevino un silencio como el que reina cuando alguien propone hacer una ponina y en las billeteras de los otros solo crecen monstruosas telarañas.

Entonces apareció la pregunta, la quimera, leona con cola de serpiente, otra prueba fehaciente de la intrínseca maldad del género femenino, de cómo llamamos a la organización. Hubo miradas, muchas miradas de dudas. Afloró una pregunta: ¿Qué tenemos en común?

- Son tiempos duros - comentó aquel.

- La economía, la economía- siguió el otro.

- El bloqueo, el bloqueo- un tercero.

- Al final, el problema es que no tenemos “jevas”.  

- De todas maneras, somos caballeros.- acotaron.

- Entonces somos caballeros no templarios.- un tajazo limpio que rompe cotas de malla y raja pechos. 

Así surgió la secular, honorable, inexorable, paupérrima, herética, inefable y avasalladora ORDEN DE LOS CABALLEROS NO TEMPLARIOS.

Luego se efectuó la elección del Gran Maestro, el más sacro de los ahí presentes, aquel que cuando se oiga su voz las almas se encojan, y se espanten brujas, sirenas u otra cualquiera criatura que engatuse a los hombres de corazón puro, del tesorero, del relacionista público- que le correspondió a este humilde escribidor-, del asesor jurídico y del maestre chef.

Buscar el lema resultó una labor titánica. Más y más miradas de duda. Hallar en el Hard Drive, en el disco duro interno, la combinación de palabras adecuadas que atrapara el espíritu de estos guerreros del Call of Duty y el World of Warcraft.

- Esto puede ser no más que una canción. Quisiera fuera una declaración de amor.- cantó un bardo barbú.

- ¿Yolanda? ¿Pablo Milanés?- preguntaron al unísono.

- Sí la parte de “tu mano…

- … eternamente tu mano…- hicimos el coro, como unos monjes franciscanos que interpretan un Ángelus; porque entendimos que hay “cosas” que nunca te abandonan, una a la derecha y otra a la izquierda, sin importar que el hado traiga trueno, lluvia o relámpago. 

Unos meses más adelante se fundó la sección femenina, aunque todavía queda la duda si llamarlas caballeras o caballas, problemas de semántica y burocracia, porque las mujeres también conocen acerca de la soledad y el placer, aunque hasta ahora son muy pocas las que se han unido.

La Orden nunca te abandona o, mejor dicho, tú nunca abandonas a la Orden. En el mismo momento que consigues novia y presentas tu baja y entregas el carnet, siempre existe el riesgo palpable, certero, de regresar a ser un miembro de número.

Entre los cazadores, desde los que asaetaban mamuts y tigres dientes de sables hasta los habitadores de las praderas de la barras de las discotecas, siempre ha existido un sentimiento de hermandad. Si me pidieran un rezo para bendecir a los caballeros no templarios diría que cada aerolínea del mundo quiebre, que haya mal tiempo constante en el mar de la costa norte, que te pegues con el doble nueve, que el fondo de la botella nunca llegue y que todas las espadas mundo estén clavadas en rocas.

viernes, 4 de enero de 2019

El avión de la poesía



En 1959 la Revolución resultó un big stick, un gran palo, en la cara de Estados Unidos, que como buen cowboy no aceptaba en su rebaño a un novillo rebelde. A nadie le gusta quedarse dado. Pronto llegaron las agresiones políticas, económicas y paramilitares: comenzaron las violaciones del espacio aéreo y marítimos cubanos, con el propósito de bombardear y ametrallar poblados, centrales azucareros, plantas eléctricas y otros puntos de interés; en Matanzas, en febrero de 1960, una aeronave estalló sobre el central España y se comprobó que el piloto era norteamericano y que esa constituía su tercera incursión en territorio nacional.

A la vez, algunos intelectuales, sobre todo aquellos con una postura de izquierda, se acercaron al proceso cubano: Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Julio Cortazar, Gabriel García Márquez. Entre ellos se destacaron el poeta español, perteneciente a la generación del 27, Rafael Alberti y su esposa, la poeta o poetisa, ustedes eligen el que más les guste, María Teresa León.

En 1960, en su segunda visita a la mayor de las Antillas, la otra fue por los años treinta, el autor de Marinero en Tierra en una controversia poética con Nicolás Guillen en un teatro de La Habana, propone el proyecto del “Avión de la Poesía”. Carilda Oliver Labra, la poetisa o poeta, en una entrevista concedida a la periodista Amariliys S. Ribot testificaría:

“Hay otra historia ligada al Sauto y que pocos recuerdan. Al principio de la Revolución comenzó por allí un curioso festival: el del Avión de la Poesía. (…) En aquellos tiempos de vida tan intenso había llegado a Cuba el poeta Rafael Alberti (…) con su esposa María Teresa León, quienes propusieron que los poetas organizáramos recitales gigantes, cuyo importe estaría destinado a ayudar al país a comprar un avión para fortalecer su defensa.”[1]

El 29 de mayo de 1960 se realiza en el Teatro matancero el evento. Este unió no en balde a bardos como Nicolás Guillén, el de Cantos para soldados y sones para turistas, que siempre fue soldado y nunca turista, y a la parejita de gallegos que aunque no sean de Galicia los cubanos de cariño y para no complicarse con los gentilicios le dicen así a todos los españoles, y a músicos, entre ellos a Ignacio Villa, más conocido por su poco tropical nombre artístico de Bola de Nieve. Sobre ese día Carilda recuerda:

“Yo también dije mis versos. Creo hoy en Cuba las personas leen mucha poesía, pero no sé si aún existan eventos donde se reúnan poetas y el público replete el lugar y aplauda tanto.”[2]

Quizás “el avión” no fue más que una metáfora, una metáfora con alas y turbina; sin embargo demostró que no solo con las cuatrobocas y las baterías de playa se defiende un país, sino también con el verso. El arte tiene más alcance que los misiles cuando se tiene bien fijado el objetivo, el arte preciso, el arte franco, el arte de franco tirador.



[1] Tomado de Teatro Sauto: vidas en plural de la periodista e investigadora Amarilys S. Ribot
[2] Idem.