Esto sucedió una noche loca, explosiva por antonomasia,
unos años atrás.
Un amigo le
tocó el Servicio Militar en los bomberos. La unidad queda a unas cuadras de mi
casa, en una de las plazas fundacionales de Matanzas, y a cada rato al regresar
de alguna gestión desde ese hemisferio de la ciudad, me lo encontraba en plena
guardia.
Casi siempre me pedía un cigarro o que le comprara una
caja en el establecimiento del frente, porque no podía cruzar una soga colgante,
paralelo trenzado, que separaba a los “podridos” del resto de la humanidad.
Luego, al yo comprender la soledad con nombre de mujer del soldado en la posta,
me quedaba un rato con él.
En uno de esos diálogos, entre la humareda de los Criollos e historias de los tiempos
cuando aún no conocíamos el olor de la pólvora, un borracho se acercó al sector
de la soga que ocupábamos.
- Oigan, me hace falta hablar con alguien.- dijo. Su
rostro no lo recuerdo, porque llevaba gorra y nos encontrábamos bastante alejados
de cualquier farola, pero sí que traía una mochila y que en un metro cuadrado
ejecutaba la coreografía del Danubio
Azul. ¡Pa-pa, el Danubio azul que yo soñé, pa- pa! , escuchaba en mi
cabeza.
- Yo soy el soldado de guardia. ¿Qué desea?
- Mire le voy a explicar. Espérense un minuto.- estiró
la mano y sacó de la mochila un pomito con ron.- ¿Gustan?- al negarnos, él
encogió los hombros y tomó un buche largo; de ninguna manera, permitiría que
acabara su travesía al “Kurdistán”.- El problema es que en casa de mi sobrina
hay una granada y tengo miedo de que reviente de pronto.
- ¿Una granada?- preguntó mi amigo; aunque estoy
seguro que pensaba igual que yo: más que una granada, eso era una “guayaba” y
una buena.
- Mi hermano estuvo en Angola y la trajo de allá. Hace
rato que está sobre una repisa- en el extremo caso que fuera real su historia,
que suvenires más raro regalan en su familia. - Yo la miro y la miro, y siempre
me he preguntado si funciona todavía; pero hoy estoy seguro de que sí.
Cada semana al artefacto se lo tragaba el polvo y
luego lo sacudían con un trapito, porque nunca he visto un plumero en Cuba, o
lo cambiaban de lugar-de la repisa a una mesita, de la mesita a un librero-para
reacomodar los adornos. Él siempre temía que estos roces activaran algún mecanismo
y entonces la familia quedara, como una calcomanía, incrustada en las paredes,
en la puerta del refrigerador. Después de tanto tiempo al borde de un ataque de
nervios, sabrá dios qué resortes engrasó el alcohol para que esa noche buscara
ayuda.
- Señor, déjese de cuento y vaya a refrescar la
borrachera.- le contestó el bombero que, después de casi un año de servicio,
esta no era la primera vez que enfrentaba una situación tan absurda.
- ¿No me creen? Vengo para acá ahora. La buscaré.- Con
su compás a lo Johann Strauss se perdió en una callejuela lateral.
Cansado, demasiadas emociones para una noche, me
despedí de mi amigo y lo abandoné al otro lado del paralelo. Una semana después
coincidí otra vez con él en su turno de guardia.
- ¿Sabes qué?- me comentó, inclusive ante de “picarme”
un cigarro- ¿Te acuerdas del borracho del otro día?... Bueno, imagino que sí…
El tipo, como a los treinta minutos que tú te fuiste, se apareció con la
granada. Era verdad, hermano. A esa hora se llamó a unos especialistas y la
reventaron en el campo de tiro que está a la salida de la ciudad. ¿Qué bolá con
esa locura?
¡Pa-pa, el Danubio azul que yo soñé, pa- pa! jajajajaja no se por qué te imaginé bailando con cantando el Danubio Azul a ti jajajajaja. Qué bueno que escribas estas cosas Guille
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