Esa tarde de lunes me rifé una cobertura sorpresa: la
inauguración de la muestra fotográfica El
reino de este mundo. Antes que abrieran las puertas de la galería
entrevisté a Julio Cesar García, el artista. Este me comentó que sus obras
mostraban a ancianos que no se resignaban al sillón de su casa, sino que aún
buscaban vida, aunque la vida ya no les sobrara, en la calle: vendedores de
pan, recogedores de latas, meroliqueros.
De pronto Julio me pide un receso y saluda a un recién
llegado, alto, desgarbado y con el pelo cano peinado hacia atrás, a lo
Hollywood de los cincuenta. Vestía guayabera y pantalón de tela carmelita,
reminiscencias de un dandi o tal vez una elegancia desgastada.
- Comprendo,- que nombre más raro pensé- no se vaya
que esto va a empezar dentro de poco.- le dice el fotógrafo y el señor asiente.
Unos diez minutos después comenzó la inauguración. Luego
de unas palabras de bienvenida y agradecimiento para el público, la
presentadora le pidió al señor de la guayabera, uno de los modelos de la
exposición, que interpretara Comprendo o
no comprendo, y explicó que del título de esa canción provenía su apodo, un
apodo que mucho tiempo atrás desplazó el nombre en su inscripción de
nacimiento, Armando Aguiar Fre.
¿Por
qué la vida no me complace con cariño verdadero, puro y sincero?, cantó con voz temblorosa.
Dentro de la galería contemplaba su foto en la pared.
En esta le enseñaba al lente una partitura. Vale
la pena luchar, se leía en la parte superior de la hoja. Esta frase
contrastaba la expresión de su rostro sereno, donde las arrugas parecían
corcheas, una melodía triste y vital. Por curiosidad o tal vez por empatía, me
atreví a entrevistarlo.
- ¿Cómo llega la música a usted?
- Toda persona escribe algún poema que viene de la
misma vida. Yo aprendí música cuando era muchacho. Siempre me gustaron mucho los
pentagramas y las buenas canciones del mundo; no lo que existe hoy, esos
reguetones. No los aprecio porque no hay
buena letra ni melodía. De todas maneras ese género es para la juventud, yo
tengo el mío,- sonríe pillo- el de las personas de la tercera edad.
- ¿Comprendo o no comprendo? ¿Cuál es la historia
detrás del tema y del apodo?
- Ese es un bolero que yo hice para la Orquesta de
variedades que tocaba en los cabarets de Varadero y pegó cantidad y todas las
noches lo ponían en los bailables. Entonces, vinieron un día y me dijeron si no
me ponía bravo porque me dijeran Comprendo.
- ¿Cuántas canciones tiene escritas hasta ahora?
- Veinte y pico
o treinta y un carnet para cobrar derechos de autor.
- ¿Y de estas cuántas se conservan?
- Tres en Radio 26
- ¿Actualmente qué hace?
- Aún compongo canciones. Mira esa fue la última, Vale la pena luchar- comenta, mientras
señala a la fotografía atrás suyo.- Yo tengo 74 años y vivo en un cuartico cerca
del parque de La Libertad. El gobierno me pasa una ayuda por causa social.
Cultura ya no me contrata, pero de vez en cuando toco en las iglesias, en la
Bautista y en Las Carmelitas mayormente.
- ¿Imagino que una persona como usted debe tener
muchos amigos?
- Lo fundamental. Tengo la música que me ayuda cuando
me veo solo, y en ese momento me viene a la mente una inspiración y cojo un
papel y un lápiz.
Era mi última pregunta; sin embargo, antes de darle la
mano para despedirme, él me suelta en ráfaga.
- Me siento bien, feliz. ¿Sabes? Tengo muchas
amistades que me adoran. Sinceramente, todo se lo debo a la música ¿qué sería
yo sin ella?- unos segundos de silencio, duda, quizás, porque no se concibe a
sí mismo sin una guitarra, sin una canción atorada en el pecho- un hombre más-concluye.
Una semana después encontré a Armando en las cercanías
del periódico, seguro que su cuartico quedaría por ahí, aunque desde el momento
que lo entrevisté me lo tropiezo en cualquier parte, otra leyenda citadina de
carne, guayabera y hueso. Sentado en el quicio de una cafetería observaba a la
gente secarse las frentes sudadas con las manos, a los perros hurgar en las
jabas de basura, las marcas de los neumáticos en el asfalto y de pronto me
pregunté si su inspiración no vendría de ahí.
- ¿Maestro quiere un café?- le ofrecí. Comprendo solo
se encogió de hombros.
Le alcancé la taza que recibió con sus dedos finos y
nerviosos, como las baquetas de un tambor. Me enseñó un peso para pagar.
- No gracias, yo invito. Le debo una crónica.- dije.
Creo que no me oyó.
Espero que este texto le llegue y con suerte le
provoque una canción, una por la que valga la pena luchar.
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