viernes, 29 de enero de 2021

Los mundos paralelos de polietileno


 

Llegas a la cafetería y te sientas. Miras a tu alrededor y encuentras colgados en las paredes  grandes carteles. En ellos hay impresos hamburguesas bronceadas como una supermodelo que camina por las playas de Ibiza, el queso se derrite y baja por los escalones de lascas de jamón y una perfecta lechuga, como recién salida de la peluquería sobresale por los bordes. Empiezas a salivar. Te limpias con el dorso de la mano las comisuras de los labios antes que dejes un charco en la mesa.

Te traen la carta. En la portada está el complemento perfecto para el pan: un plato de papas fritas, doradas como los sueños de los querubines, y un vaso de jugo de naranja recién exprimida, todavía con el halito campestre de las flores de azahar. Cuando te toman la orden y solicitas lo que piensas que si no pides ahora te robará el sueño por varios meses, el dependiente te anuncia que no tienen papas fritas. Deberás conformarte solo con lo otro, te dices en un ataque de optimismo.   

Al traerte el pedido, te percatas que el jugo que imaginaste natural no va más allá de un concentrado. El pan en vez de bronceado, está un poco pálido, casi tísico: el queso no se derritió  y las lascas de jamón de tan finas son transparentes. Te dan ganas de llorar.  

Esto sucede en panaderías, timbirichis, dulcerías; quiosquitos de planchas de zinc; cafeterías de a dos pesos la taza de Hola, por lo menos así costaban antes del reordenamiento monetario; paladares de barrio; Coppelia con sus icónicas moscas; fondas donde te venden “cajitas” sin cuchara y debes usar cualquier carnet plasticado que guardes para palear el congrís y picar el lomo ahumado.

Entonces esos establecimientos se mueven entre dos mundos: uno ficticio y otro real. La diferencia entre ambos, a veces resulta estrepitosa como se intenta demostrar en los primeros párrafos de este texto que, aunque en clave de broma, puede expresar un fenómeno el cual han vivido la mayoría de ustedes, lectores.

Este desfase no solo se da en lo culinario, sino que también se expande hacia otros sectores como, por ejemplo, la industria del entretenimiento: niños que sonríen con un diente frontal menos, para que se noten más adorables, mientras descienden en un carrito por una montaña rusa; o una pareja de proporciones perfectas entran a una discoteca en lo que luce como la noche más feliz de su vida. Sin embargo, en lo gastronómico resulta donde con más facilidad y frecuencia caemos en tales trampas atrapabobos.

Estos universos paralelos de polietileno nos recuerdan constantemente, cómo deberían ser el servicio  y no es. Entristece descubrir que solo tenemos una parodia de lo que nos comimos, bebimos, succionamos con los ojos en un primer momento.

El cubano le tiene un miedo horrible, en la mayoría de las ocasiones, al espacio en blanco. Algunos gritan de pavor si hayan que un sitio o su persona no está lo suficientemente bizarro como para que la gente no lo note a dos kilómetros de distancia. Además, la concepción de que en la publicidad mientras a mayor cantidad de estímulos sometas al receptor con más fuerza recibirá el mensaje, se combinan en este fenómeno de la grandilocuencia sin masa ni relleno que la sustente. 

En el contexto del reordenamiento monetario esperemos que estas diferencias se achiquen cuando las finanzas y los modos productivos se normalicen, tanto en el sector estatal como en el cuentapropista; aunque el segundo le saque ventaja al primero en lo que refiere a decoraciones sobrias, sobre todo los negocios con altas ganancias como bares y paladares.

Me encantaría entrar al Coppelia y comerme una ensalada de helado con las bolas tan curvilíneas y con cero escarcha que luzcan como las pancartas de las paredes.La sobriedad o una estrategia de marketing, si se puede llamar así, acorde con la oferta pudiera contrarrestar estas incongruencias comunicativas que generan, decepción entre los crédulos y sarcasmo, entre los irónicos. Así, quizás, los mundos dispares se unan en uno solo y no sintamos que nos engañan con promesas vanas.  

  

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