Mi padre sirvió en Angola, aunque el frente de batalla
estaba en un extremo del país y él, en el otro.
Mi padre nunca disparó una Avtomat Kalashnikova Modernizirovannyj.
Mi padre no volvió con una medalla, sino con la
posibilidad de comprarse un Moskvitch. Su mayor hazaña resultó un “tubey” que
desempató el juego final entre médicos y maestros, en una liga amateur que
armaron para pasar las tardes después de las consultas.
Mi padre me regaló de su tiempo allá una extraña
fascinación por Bobby Fisher, en una pequeña radio siguió sus partidas
contra Boris Spaski, como si se discutiera el título de los pesos pesados, y un
gusto insano por el Buey Cansado de
los Van Van, canción que oían hasta el cansancio.
Mi padre no hizo guardia en una trinchera con miedo a
que mientras dormía lo rostizara un avión de la UNITA; solo en una fiesta por
fin de año oyó tiros, probablemente alguien muy alegre por el aguardiente lanzó
una ráfaga al aire para celebrar.
Mi padre, ya en Cuba, una noche en su Moskvitch, el
mismo que se ganó por aprender a decir en el dialecto local vómito, diarrea y
fiebre, regresaba desde su pueblo natal a la ciudad.
Mi padre al manejar apoyaba el brazo en el marco de la ventanilla, perfecto triángulo de carne, alerón humano.
Mi padre en esa carretera oscura casi no se percata
del camión que se le encimaba en zigzag. Lo esquivó con un corte de timón; sin
embargo, el roce del camión le destrozó el triángulo de carne.
Mi padre condujo hasta el hospital, por suerte a pocos
kilómetros de ahí, con un dolor horrible y la herida vendada con un pañuelo de algodón fino para detener la
pérdida de sangre.
Mi padre, desde ese día, no pudo someterse a una
resonancia magnética porque las varillas que le injertaron para reconstruirle
el codo, se hubieran disparado como la bala de una Avtomat Kalashnikova Modernizirovannyj.
Mi padre me impuso su nombre como cruz y brújula
Mi padre nunca se enteró que en una piquera, dos
décadas después, un amigo gritó mi nombre, porque ya la gente trepaba al camión
de pasajeros que nos llevaría a nuestro destino, y entonces se me acercó el
chófer, un negrón alto con los ojos rojos.
Tu padre perdió el codo por mi culpa.- me dijo el
señor- El responsable fui yo, pero no presentó cargos al enterarse de que yo,
como él, serví en Angola.
Mi padre entendió muy bien que las guerras desgarran a
los hombres.
Está bueno. Me gustó.
ResponderEliminarDe las pocas veces que te he visto/escuchado/leído hablar de él. Recuerdo el día que nos hiciste ese cuento en el parque de la uni. Me ha encantado la forma en la que lo llevas a letras
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