Los otros días tropecé en un reguero de papeles olvidados
con mi expediente de la secundaria. En su interior encontré una vieja redacción
en la que explicaba cuáles eran los motivos por los que ingresaba a la Unión de
Jóvenes Comunistas. El texto- además de par de construcciones verbales oficialistas
y unos cuantos adjetivos grandilocuentes- contenía un ansia imperante, reducida
a una oración afirmativa: Quiero ser
periodista; en ese tiempo nos hicieron pensar que la UJC funcionaba como un
buen desengrasante para las bisagras de las puertas recias.
El hallazgo me hizo reflexionar acerca de la dualidad amor-odio
pasiva-agresiva sobre la profesión. En
un primer momento, padecí una admiración deslumbrante; luego, en el
preuniversitario, una expectativa latente; mientras lo estudiaba, una dicotomía
entre intereses y malos augurios; ahora que lo ejerzo, inercia. Escribí
este texto para darme un empujón y recordarme los razones, lógicas o ilógicas,
por las cuales sigo en pie.
En un primer momento mi cabeza quijotesca, repleta de
libros policiacos me trampeó e imaginé que sería uno de esos detectives como Phillips
Marlowe o Sherlock Holmes. Hasta supermán, cuando no salva al mundo, es Clark
Kent un periodista. Yo iría a sitios recónditos con el único objetivo de obtener
la verdad, sin importar monstruos radioactivos o matones a sueldo al mejor
estilo de los comic. Esas pretensiones de aventureras no se me
quitaron, solo que ahora sé que mi trabajo es más rutinario, que los matones se
fueron y dejaron a tristes funcionarios, y que la verdad responde a los
intereses de clases.
Ahora abro trillos con mis pasos para que me concedan una
entrevista. Tengo maestría en el trato con secretarias y recepcionistas. Recuerdo
a la Santa Inquisición y sus cámaras de tortura- arrancar las uñas de los pies
una por una con una pinza oxidada- cuando por paranoias infantiles, me niegan
unos datos o me pelotean: ve del punto A al B; del B al C, pero primero llama
al A para que te dé permiso.
Sin mentirles, de vez en cuando pienso que escogí el
trabajo más malagradecido de la historia y quisiera que me metieran en un ring
de boxeo con García Márquez para que se tragara junto con par de dientes su frasecita de que es el “oficio más hermoso del mundo”; sin embargo, en otras
ocasiones, alguien se me acerca y me dice que le gustó-interesó- descargó-
leyó, tal o más cual trabajo y esas noches duermo sereno como un bebé.
Creo en la masa: la masa que se rebela ante la bota
invasora, que tiembla de miedo ante los terremotos de grado 6 en la escala de
Richter, que se insulta y grita cuando las autoridades no la respetan, que
lloran por la leucemia y se interesa por los tratamientos capilares. El
periodista, en su afán de puente, está ahí. Une la realidad caótica; la
transforma en concentrados espejos de hechos, la traduce en mensajes
universales que algunos minimalistas llaman noticias.
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