jueves, 21 de febrero de 2019

Soy periodista por creer en la masa




Los otros días tropecé en un reguero de papeles olvidados con mi expediente de la secundaria. En su interior encontré una vieja redacción en la que explicaba cuáles eran los motivos por los que ingresaba a la Unión de Jóvenes Comunistas. El texto- además de par de construcciones verbales oficialistas y unos cuantos adjetivos grandilocuentes- contenía un ansia imperante, reducida a una oración afirmativa: Quiero ser periodista; en ese tiempo nos hicieron pensar que la UJC funcionaba como un buen desengrasante para las bisagras de las puertas recias.    

El hallazgo me hizo reflexionar acerca de la dualidad amor-odio pasiva-agresiva sobre la profesión.  En un primer momento, padecí una admiración deslumbrante; luego, en el preuniversitario, una expectativa latente; mientras lo estudiaba, una dicotomía entre intereses y malos augurios; ahora que lo ejerzo, inercia. Escribí este texto para darme un empujón y recordarme los razones, lógicas o ilógicas, por las cuales sigo en pie.

En un primer momento mi cabeza quijotesca, repleta de libros policiacos me trampeó e imaginé que sería uno de esos detectives como Phillips Marlowe o Sherlock Holmes. Hasta supermán, cuando no salva al mundo, es Clark Kent un periodista. Yo iría a sitios recónditos con el único objetivo de obtener la verdad, sin importar monstruos radioactivos o matones a sueldo al mejor estilo de los comic. Esas pretensiones de aventureras no se me quitaron, solo que ahora sé que mi trabajo es más rutinario, que los matones se fueron y dejaron a tristes funcionarios, y que la verdad responde a los intereses de clases.

Ahora abro trillos con mis pasos para que me concedan una entrevista. Tengo maestría en el trato con secretarias y recepcionistas. Recuerdo a la Santa Inquisición y sus cámaras de tortura- arrancar las uñas de los pies una por una con una pinza oxidada- cuando por paranoias infantiles, me niegan unos datos o me pelotean: ve del punto A al B; del B al C, pero primero llama al A para que te dé permiso.  

Sin mentirles, de vez en cuando pienso que escogí el trabajo más malagradecido de la historia y quisiera que me metieran en un ring de boxeo con García Márquez para que se tragara junto con par de dientes su frasecita de que es el “oficio más hermoso del mundo”; sin embargo, en otras ocasiones, alguien se me acerca y me dice que le gustó-interesó- descargó- leyó, tal o más cual trabajo y esas noches duermo sereno como un bebé.

Creo en la masa: la masa que se rebela ante la bota invasora, que tiembla de miedo ante los terremotos de grado 6 en la escala de Richter, que se insulta y grita cuando las autoridades no la respetan, que lloran por la leucemia y se interesa por los tratamientos capilares. El periodista, en su afán de puente, está ahí. Une la realidad caótica; la transforma en concentrados espejos de hechos, la traduce en mensajes universales que algunos minimalistas llaman noticias.

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