Había momentos del día cuando mi ya lejana aula de la
secundaria se poblaba de fragmentos de
carrocería, de un humo espeso mezclado con la arena de los desiertos. La
profesora preguntaba en la información política, la sección diseñada para
comprobar la conexión entre los
estudiantes y el mundo roto, por una noticia palpitante.
- Profe, ayer en Afganistán (Iraq o el Líbano) explotó un
coche bomba donde murieron cinco soldados americanos y tres civiles- respondía
con presura un alumno.
Al principio, asociaba ese españolismo de coche no con un vehículo de motor, sino
con los coches para niños. Por mucho tiempo, visualicé a ese árabe callado que
empujaba el cochecito por las calles de Bagdad o Kabul con su bebé dinamita.
No amábamos las explosiones, ni sentíamos placer al
reducirle el número de efectivos al ejército imperial. La prensa, sobre todo la
televisiva que cuenta con más audiencia, en cada espacio disponible saturaba o
rellenaba vacíos informativos con estos actos violentos. Las notas y los
reportajes se redactaban bajo los mismos patrones y se utilizaban las mismas
imágenes o muy parecidas para diferentes trabajos. Resaltaban los conflictos
del Medio Oriente para demostrar un estado de caos y descontento generalizado
en la zona.
La sobrecarga de información no lograba el resultado
deseado; solo alejaba el hecho del hombre al volverlo cotidianidad, solo el destello
de un fósforo en la noche arábiga. Limitaba los valores noticias como la
novedad o la trascendencia. Aunque los acontecimientos compartieran actores y motivos,
cada suceso es irrepetible y diverso.
En los medios nacionales se mantenía (y mantiene) la
predilección por recalcar la sangre y el lodo entre las plumas del águila imperial.
Esta tendencia, con afán esclarecedora, en ocasiones provoca la no búsqueda de
enfoques diferentes que vayan más adentro, hacia lo humano y lo histórico.
Estos conflictos provienen de una situación social y cultural, con un fuerte
predominio religioso, que media el desarrollo interno de los países del Medio
Oriente y su escabrosa relación con los bolsillos y las botas
occidentales.
El favoritismo por los efectos y no las causas en las
políticas editoriales cubanas originaron un equívoco por el cual los atentados perdieron,
no credibilidad, pero sí, interés. Las bombas no caen solas, existe una
maquinaria que las crean y una mano que presiona el botón para lanzarlas sobre
hospitales y campos de refugiados. El buen periodismo es el que habla de las
bombas, pero siempre como el resultado de la maquinaria, las manos y los
botones.
Esos adolescentes en pantalón amarillo que cada mañana
levantaban la mano para incendiar su trocito de arabia resultan un ejemplo de
que un fenómeno preocupante como lo es
cualquiera donde se pierdan vidas o patrimonio humano si se trata erróneamente se vuelven un estereotipo.
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