martes, 6 de noviembre de 2018

Coches bombas y pantalones amarillos




Había momentos del día cuando mi ya lejana aula de la secundaria se poblaba de fragmentos de carrocería, de un humo espeso mezclado con la arena de los desiertos. La profesora preguntaba en la información política, la sección diseñada para comprobar la conexión  entre los estudiantes y el mundo roto, por una noticia palpitante.

- Profe, ayer en Afganistán (Iraq o el Líbano) explotó un coche bomba donde murieron cinco soldados americanos y tres civiles- respondía con presura un alumno.

Al principio, asociaba ese españolismo de coche no con un vehículo de motor, sino con los coches para niños. Por mucho tiempo, visualicé a ese árabe callado que empujaba el cochecito por las calles de Bagdad o Kabul con su bebé dinamita.

No amábamos las explosiones, ni sentíamos placer al reducirle el número de efectivos al ejército imperial. La prensa, sobre todo la televisiva que cuenta con más audiencia, en cada espacio disponible saturaba o rellenaba vacíos informativos con estos actos violentos. Las notas y los reportajes se redactaban bajo los mismos patrones y se utilizaban las mismas imágenes o muy parecidas para diferentes trabajos. Resaltaban los conflictos del Medio Oriente para demostrar un estado de caos y descontento generalizado en la zona.

La sobrecarga de información no lograba el resultado deseado; solo alejaba el hecho del hombre al volverlo cotidianidad, solo el destello de un fósforo en la noche arábiga. Limitaba los valores noticias como la novedad o la trascendencia. Aunque los acontecimientos compartieran actores y motivos, cada suceso es irrepetible y diverso.

En los medios nacionales se mantenía (y mantiene) la predilección por recalcar la sangre y el lodo entre las plumas del águila imperial. Esta tendencia, con afán esclarecedora, en ocasiones provoca la no búsqueda de enfoques diferentes que vayan más adentro, hacia lo humano y lo histórico. Estos conflictos provienen de una situación social y cultural, con un fuerte predominio religioso, que media el desarrollo interno de los países del Medio Oriente y su escabrosa relación con los bolsillos y las botas occidentales. 

El favoritismo por los efectos y no las causas en las políticas editoriales cubanas originaron un equívoco por el cual los atentados perdieron, no credibilidad, pero sí, interés. Las bombas no caen solas, existe una maquinaria que las crean y una mano que presiona el botón para lanzarlas sobre hospitales y campos de refugiados. El buen periodismo es el que habla de las bombas, pero siempre como el resultado de la maquinaria, las manos y los botones.

Esos adolescentes en pantalón amarillo que cada mañana levantaban la mano para incendiar su trocito de arabia resultan un ejemplo de que un fenómeno preocupante  como lo es cualquiera donde se pierdan vidas o patrimonio humano si se trata  erróneamente se vuelven un estereotipo.

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