Encontré al Che a través de dos anécdotas. Es decir todos lo conocemos: los de mi generación juramos en la primaria, por lo menos, una vez al día ser como él, y no resulta difícil hallar un retrato suyo (pulóveres, logos de organizaciones, monedas de 3 pesos cubanos que luego se venden a 5 CUC a los extranjeros,) o que nombraron como él a primarias, empresas, contingentes cañeros en cada rincón de la Isla, lo que casi le otorga el don de la omnipresencia. Sin embargo, solo entendí su universalidad a través de dos hechos aislados en formato, ubicación y tiempo.
El primero de ellos ocurrió cuando aún no terminaba la
secundaria. Por alguna carambola tropecé con una película de bajo presupuesto
de Filipinas. La realización no poseía calidad, ni la trama coherencia. Esta
última abordaba una rebelión en un futuro con robots de baja resolución y
bastantes tiros y explosiones que parecían hechas en Paint; pero la detallo
para resaltar mi sorpresa cuando observé en segundo plano a un extra que vestía
un pulóver con el Che.
La coincidencia me hizo pensar en la repercusión de
la fotografía de Korda que convirtió al rosarino en un ícono cultural del siglo
XX; aunque muchas personas alrededor del planeta solo lo usan en la vestimenta
o en posters en la paredes de sus cuartos (al lado quizás de uno de John Lenon
o Albert Eisten u otros ídolos de la cultura polietilénica y autopística pop) con
un fin estético y no por empatía con sus ideales. ¿Habría que preguntar cuántos
de ellos se leyeron “El socialismo y el hombre en Cuba”?
El segundo hallazgo sucedió en mi primera visita al
Memorial consagrado a Ernesto Guevara en la ciudad de Santa Clara. En la cripta
dedicada a su persona y a los guerrilleros que junto a él perdieron la vida en
Bolivia había una pareja de argentinos que de repente se tomaron la mano y comenzaron
a llorar. Este llanto desolado y compartido despertó la curiosidad entre los
presentes y algún atrevido indagó el porqué. Al final se supo que el padre de
la mujer había conocido al Che en el pasado y ella y su esposo estaban en
peregrinación para rendirle homenaje.
La referencia a las luchas del Che me provocó negros
pensamientos de chapapote recién vertido, por oscuros y adhesivos; porque,
aunque la muerte es una consecuencia natural de la batalla, la de él se volvió
un símbolo, un sello, por injusta e inesperada. De pronto recitaba para dentro
mío el fragmento del “Poema conjetural” de Jorge Luis Borges: Yo que anhelé ser
otro, ser un hombre/ de sentencias, de libros, de dictámenes/a cielo abierto
yaceré entre ciénagas; / pero me endiosa el pecho inexplicable/ un júbilo
secreto/ Al fin me encuentro con mi destino sudamericano.
Jugué un poco con el texto borgiano y quedó algo como:
“Yo que quise ser otro, ser un hombre/ de quininas, de estetoscopios y
jeringas/ a cielo abierto yaceré en la selva boliviana (…)/ Al fin encontré mi
destino sudamericano (planetario también cabría).
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