– ¿Dónde
está, Carilda? ¿Detrás de qué verso? Te advertimos que lo leímos una y otra
vez, por lo menos hasta volverlo una redundancia, por lo menos hasta que
aguantó la vista. Hablaste del Ten Cents, que hoy se llama Variedades y donde
lo único que cuesta diez centavos son los chicles. Hablaste del Pompón, aunque
ahora solo quede un chorrito. ¿Por qué, entonces, no mencionaste el Sauto en tu
Canto a Matanzas?
– Mi relación con el teatro pudiera decir que fluye
desde antes de mi nacimiento, cuando asistían mis padres. Mis abuelos no
tuvieron vida social en Matanzas, pero mamá y papá iban muy jóvenes, recién
casados (…) Recuerdo haber ido de pequeña, luego dejamos de asistir, porque con
la responsabilidad de cuatro hijos, mamá no podía ni salir a la iglesia…Pero
cuando se es matancero el Sauto nos aguarda.[1]
– Tú
que en 1954 recibiste ahí la medalla de Hija Eminente de Matanzas, aunque ya
eras la novia, pero no existía la medalla de Novia Eminente. Por Dios, Carilda,
triple diosa, te partes en tres: madre, hija y amante, porque eres muchas
mujeres para una misma ciudad.
En el teatro, los movimientos de cisne sísmico de
Alicia Alonso te conmovieron tanto que le regalaste un soneto. Ahí, en una
velada, coincidiste con Silvio Rodríguez y, cuando llegó tu turno, cambiaste el
poema de amor que habías planificado, por uno que terminaba “cómase usted su vida/ yo me voy a escuchar
a Silvio” él, en pago, con un gesto de la mano te dedicó una canción. ¿Son
tuyas todas la canciones hermosas?
En 1995, Mario Benedetti, el escritor uruguayo, aquel
que dijo que por los cielos vuelan los pájaros y los misiles, ofreció un
recital en el teatro; aunque no asististe, a causa de una fractura de fémur, lo
oíste gracias a una transmisión remota por teléfono. Luego, pidió que lo
llevaran a tu casa para darte un abrazo. ¿Después de todo eso, por qué se te
olvidó el Sauto?
– Resulta que el Canto a…, lo escribí en 1954 de un
tirón, excepto una estrofa. Al año siguiente me divorcié de mi primer esposo
Hugo Ania Mercer y, movida por el dolor, le agregué los versos que dicen: ¿Y
qué decir de mi herida,/ que por la hierba se mete/¿Qué decir, tierra querida/ dónde
acabaré este viaje/ sin destino, ni equipaje/ de aquel hombre, de aquel hombre/
que dejó roto mi nombre/ en medio de tu paisaje?
Pues estaba muy joven yo en una actividad de
la Peña Literaria en el Sauto. De pronto se acercan para avisarme que Hugo
estaba en el público (…) Cuando llegó mi turno, me armé de valor y declamé el
Canto a…, con estrofa nueva y todo (…) Hugo enseguida comprendió el mensaje, se
puso de pie y salió del teatro. Lo cuento ahora para reafirmar lo que escribí:
el Sauto nos aguarda en algún punto de la vida. Aunque no lo menciones en un poema.
Además, es otra palabra difícil: si acaso rima con auto, pauto, cauto e
incauto.[2]
–Te
perdonamos, Carilda. Te perdonamos a regañadientes, porque eres hermosa en la
palabra y comentaste que “… Pero debo
admitir que las historias de amor también se entretejen en la historia mayor de
los teatros.”…Tu historia de amor con Matanzas y el Sauto es muy larga y
muy pura, sea cual sea la forma que toma la pureza. Sin embargo, no somos
incautos y no olvidaremos.
Estuve ahi cuando entregó la escena diciendo : voy a escuchar a Silvio. Y fui el artífice de aquella memorable presentación remota de Mario Benedetti. Hermoso escrito. De premio. Felicidades.
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