I
Federico busca a José Jacinto por la cubierta de la
goleta James Bailey que los
conducirá hasta Estados Unidos. Lo encuentra recostado en la baranda. Absorto
contempla la franja azul del Mar Caribe que dos horas antes se tragó,
inmensidad que devora inmensidad, la espalda verde del Pan.
Cada día la mente de su hermano gana levedad. Un día
descubrirá su cuerpo vacío en la cama o en un sillón con la cabeza que le
cuelga sobre el hombro, mientras que su inteligencia alcanzará las nubes,
quizás la estratosfera. Para ayudar a la pronta recuperación del joven poeta,
sus mecenas convocaron a una colecta para pagarle un viaje por Norteamérica y
Europa. Según ellos le favorecería ese cambio de aires.
- Aléjate de ahí- regaña Federico. Teme que Pepe se fugue,
tal vez no como una tórtola, pero sí como una gaviota, por encima de la borda.
II
El público sale a la desbandada del teatro de
Broadway. Hablan en coro sobre la puesta en escena de “Romeo y Julieta” donde actuó
el famoso trágico inglés Anderson. Federico vigila que Jacinto no se le pierda
entre la muchedumbre.
Con alivio por estar fuera del gentío, llegan hasta la
fachada de un edificio.
- Esta tienda de ropas es más grande que el cuartel de
Matanzas ¿No crees?- exclama y Pepe alza la vista y asiente con ligereza.
El desembarco en Filadelfia resultó un gran choque. En
su imaginación se elevó como el paisaje de un relato del lejano oriente.
”Inmensa y tan espléndida que no parece sino una brillante reunión de palacios
y de templos resplandecientes de lujos y elegancias”, pensó en un primer
momento. Sin embargo, New York opacó por completo esa primera impresión.
Con el dinero que le mandan desde Cuba, se hospedaron
en el hotel Delmónico, uno de los
más caros del lugar y todos los días asisten a la ópera, al ballet o visitan
lugares turísticos. José Jacinto, desde su llegada a la urbe, gracias a la
actividad constante tiene más ánimos, como si las luces de una de las ciudades
más modernas y cosmopolitas de la época alimentaran sus propias luces.
III
- Ponle algo a la familia.- Federico se levanta del
buró y le ofrece la pluma aún chorreante de tinta al hermano, quien la agarra
con timidez y toma asiento.
Por las ventanas se filtran los sonidos de la
bulliciosa e hiperactiva ciudad. El poeta inmóvil mira el papel de carta. Luego
con parsimonia, escribe las primeras líneas. Después de cinco minutos termina.
Federico curioso revisa la carta antes de guardarla en
el sobre:”!Oh! Quien se hallara con
vosotros allá, algo más allá de los márgenes del Canímar”, leyó. Por un
momento se pregunta si alejar a su hermano de su tierra natal fue un grave
error.
Nota: Basado en Milanés:
las cuerdas de oro de Urbano Martínez Carmenate
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